“TUDO MUDA” : EL REY Y SU DISCURSO

 

Mudam-se os tempos, mudam-se as vontades,
Muda-se o ser, muda-se a confiança;
Todo o Mundo é composto de mudança,
Tomando sempre novas qualidades.

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Luís de Camöes

 


El discurso navideño del Rey ha sido, según algunas encuestas,  el que menos audiencia ha tenido en los últimos 15 años. Me parece preocupante, aunque lo entiendo. Hay una peligrosa mezcla de rechazo e indiferencia sobre todo entre los jóvenes.  Me temo que la  necesidad y la  utilidad de la Monarquía   no está tan clara para las nuevas generaciones como lo estuvo para la mía. Es quizás lógico que sea así: las cosas cambian, “tudo muda” como escribía  Camöes en un soneto que siempre me recuerda mi amigo Falçao. Pero no sé, habrá que andarse con cuidado, porque no todo cambia necesariamente a mejor. Y siempre podemos encontrar en el pasado buenos ejemplos de lo que queremos para el futuro.

Muchos de los que hemos pasado ya de los setenta o estamos  cerca de los ochenta, ¡Dios mío, qué viejos somos!, y habíamos vivido toda nuestra juventud, y aún más, bajo el Régimen de Franco, veíamos a la  Monarquía como la mejor promesa del cambio necesario. No es que fuéramos monárquicos -creo que la mayoría de nosotros no lo era- pero recibimos la llegada del joven Rey con esperanza, casi como un alivio después de la larga agonía del general. Cuando le vi por primera vez –fue al salir en su coche del Aeropuerto de Barajas el día que llegaron a Madrid los dignatarios extranjeros que acudieron a su entronización- me salió un espontaneo ¡Viva el Rey! que a mi mismo me sorprendió. Creo que aquel era el grito de muchos: era un grito de aceptación y reconocimiento de la nueva representación del “poder” y de una incierta esperanza en que las cosas podrían seguir por caminos muy distintos.

Y así fue. La esperanza se cumplió y hoy, después de casi cuarenta años, el  Rey sigue siendo un pilar básico de nuestro sistema democrático. Errores ha habido, y también algún traspiés,  pero sería una grave frivolidad pensar que el papel de la Corona no sigue siendo esencial para el mantenimiento de  la cohesión del país y del orden constitucional.

 Pero ¿qué tiene eso que ver con los discursos navideños del Rey? Pues mucho y nada. Quede claro que yo tampoco he sido un entusiasta de esos discursos,  pero pensé que el de  este año tenía que verlo. No corren  buenos tiempos ni para la Monarquía ni para el país y parece ser que los del 15M lo habían boicoteado.  Tenía  que verlo.

Me alegré. El discurso me gustó: tenía  su miga. Sé bien que el Rey se mueve ya en márgenes muy estrechos, que no puede decir todo lo que le gustaría, o cómo le gustaría. Pero su mensaje de este año me recordaba tiempos pasados, me sonaba bien y me daba confianza. Al día siguiente fue noticia de titulares en todos los medios. Se ven menos  los discursos del Rey. sí,  pero no pierden importancia:  se disecciona todo, en la forma y en el fondo: las palabras, los gestos, la corbata, la escena…. A todo se le busca un significado y cada quien saca sus lecciones, sus interpretaciones.

Siempre he dicho que admiro y quiero a nuestro Rey. Es santo de mi devoción. Pero no soy cortesano, nunca lo he sido. Pero creo que especialmente en estos momentos delicados es importante reconocer el valor sustantivo de su figura en nuestra historia reciente. Es importante no perder la perspectiva, no de dejarse embaucar por el enmarañado lodazal de la situación actual. Todo cambia, sí, pero hay pilares que conviene no socavar en exceso, por la cuenta que nos trae.

 

 

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DE JOAN BAEZ A LA FUNDACIÓN UNIVERSIDAD EMPRESA. GRACIAS SENADOR

We shall overcome
We shall overcome
We shall overcome some day
Oh, deep in my heart I do believe
We shall overcome some day

Joan Baez

Dudaba de si había sido solo un sueño, hasta que comprobé en Google que sí, que Joan Baez había dado un concierto en el Capitolio en 1966. El  chivato de Google me dejó tranquilo. No había sido un sueño. Yo había estado allí, entre mucha gente que llevaba velas encendidas -a eso no me atreví- cantando el We Shall Overcome que encabeza esta entrada. Emocionados, sobrecogidos… Me gusta mucho esa especie de himno y, para desesperación de mis amigos, la entono siempre que me dejan. Sabedora de ello, mi cuñada Pili me animó no hace mucho a asistir a un concierto de Joan  Baez en Madrid, pero ni ella ni yo éramos los mismos. El tiempo nos cambia aunque nos resistamos a ello.

Traigo aquí el concierto de Joan Baez porque forma parte de la beca Fulbright que  me concedieron en el año 65, y de la que hablé recientemente en una de las tertulias que organiza la Asociación Fulbright de España. La verdad es que soy un Fulbrighter poco ejerciente, pero desde que en mi libro El oficio de unir conté  la historia de «mi beca», tenía ya ganas de hablar de ello en algún  sitio, con motivo de algo.

Los buenos oficios de Agustín Guimerá consiguieron colarme en la última tertulia del año y allí estuve contando cosas como la Joan Baez y otras más serias bajo la batuta de Carlos Pereira, un tipo estupendo, a quien había conocido hacía poco en una tertulia de Peridis. Pereira es un empresario de raza,  según me dicen y, a ojos vistas, inteligente, culto y gran persona. Confesé, para entrar en materia, que gracias al Senador Fulbright y a su beca yo no había entrado en política. Y no mentía. Más o menos en el  momento en el que me la concedieron , el 31 de mayo de 1965 según reza la carta que amablemente me entregó hace unos días Alberto López  director   de la Comisión Fulbright, Antonio María Oriol era nombrado Ministro de Justicia y me ofreció un cargo en su Departamento. La excusa de la beca funcionó: yo no tenía  ninguna gana de entrar en política, y menos aún en aquel momento, y decliné amablemente el ofrecimiento del Ministro. Me iría a los Estados Unidos. Aquella decisión  fue una suerte para mi y para el país.

Pero es que, además, el programa que me organizó el Departamento de Estado fue perfecto. No solo me llevaron a la marcha protesta de Joan Baez –algo que no deja de tener  mérito- sino que hicieron todo lo que estaba en sus manos  para que conociera  a fondo el mundo de las relaciones universidad empresa en EE.UU., que es un mundo rico y fascinante. Volví entusiasmado: algo así había que hacer aquí. Sabía  que la sociedad americana era muy distinta a la española pero en aquellos tiempos nada me parecía imposible. Y algo se hizo. Tal día como hoy, hace cuarenta años, se constituía en el salón Goya del Ministerio de Educación la Fundación Universidad Empresa de Madrid. Era un logro importante que había que agradecer en última instancia al célebre Senador. Conservo cuidadosamente una foto del acto que presidió el ministro Julio Rodríguez, famoso más tarde por otras razones. Nos invitó a un café pero se despidió pronto pora asistir a un  Consejo de Ministros que nunca llegó a celebrarse. El Almirante Carrero Blanco que lo tenía que presidir había sido asesinado.

Son cosas que pasan, y luego pasan. La Fundación Universidad Empresa no había nacido en el mejor momento pero su estela sigue viva: más de cuarenta fundaciones similares en el país, el artículo 14 de la LRU, los Centros de Empleo, la investigación bajo contrato, las prácticas en las empresas… Hoy cumple su cuarenta aniversario y quiero rendir tributo a los miles de profesores y empresarios que han hecho posible su labor. Ya lo dijo en algún momento nuestro senador -“our future is not in the stars but in our own minds and hearts». Pues eso, lo mismo que decía con otras palabras Joan Baez: We shall overcome some day…

 

  

 

VOLANDO POR LAS REDES SOCIALES (en tranvía)

Volando voy, volando vengo
volando voy, volando vengo
por el camino yo me entretengo.

Camarón de la Isla

Es curioso: ha sido un  viejo tranvía el que me ha llevado en volandas al  vertiginoso, proceloso e imparable mundo de las redes sociales, no como mero usuario, sino como «activista». La experiencia me está  impresionando tanto que necesito contarla. Y ahí voy.

Fue mi hija Ana la que me animó a entrar en la plataforma Change.org para defender la supervivencia del llamado Tranvía Eléctrico del Guadarrama que está pasando por un mal momento. Había escrito en mi colaboración habitual de Abc un artículo titulado “Un tranvía llamado deseo” en el que relataba los problemas por los que atravesaba el mal llamado funicular a causa del abandono de Renfe y concluía pidiendo ayuda para salvarlo. Al no dar  detalles de cómo hacerlo  algunos de mis lectores me preguntaban  que donde había que firmar pero yo no sabía nada de esas cosas hasta que Ana me sugirió lo de Change.

Nunca me había metido en una “aventura” semejante, pero acepté en seguida ¿porqué no? Si quería mover lo del tranvía era, según me decían, lo mejor y, además, iba a probar algo nuevo para mí. Pues adelante con los faroles, me dije: en no más de tres minutos mi hija me grabó un video, debajo de los abedules en la pradera de mi casa en Cercedilla. Por si alguien quiere pinchar  y verlo lo encontrará en este  enlace. Y que firme… La causa lo merece. Es probable que sea antieconómica. Tiene un punto de romanticismo, del bueno, del gratuito, del por qué sí, de amor y generosidad hacia el paisaje natural. Lo merece.

No sé qué lo que pensareis del video: me dicen que parece que estoy medio dormido y probablemente sea verdad porque era la hora de la siesta, pero esté yo como esté, ese vídeo ya lo han visto  casi cinco mil personas. Algo así era inconcebible hace tan solo unos pocos años: cinco mil personas viéndole y oyéndole a uno sin que por medio hubiera otra cosa que un video casero y una plataforma gratuita.

Otra cosa que me ha dejado perplejo ha sido la facilidad con la que podía enviar mensajes a un montón de gente simplemente con pinchar en no sé donde: «gracias por vuestro apoyo»… «tenemos que seguir luchando»… y otras cosas así, en estilo activista, y al momento, “on line”, todos lo que habían firmado los recibían en sus ordenadores. Sin más, como el que no quiere la cosa. Uno puede decir lo que se le ocurra: su mensaje puede llegar en un instante a miles de personas. Maravilloso sí, pero también inquietante ¿no? Algo nuevo que cambia radicalmente el panorama en todos los aspectos de nuestra vida. Ya sé que no digo nada nuevo, nada que mucho no sepáis ya. Pero quizás no seamos del todo conscientes del cambio que esto supone en la economía, en la política y en la sociedad. Estamos  en otra galaxia, para ponernos un poco solemnes…

En este mundo bloguero en el que me he adentrado con toda la pasión de la que soy capaz empiezo a volar hasta donde el viento, mis alas, y los diversos “tranvías” de la vida me acaben llevando. Como cantaba Camarón: “Volando voy, volando vengo, por el camino yo me entretengo”. Así es la vida. Vuelo sin motor, sin ataduras, hasta donde sea capaz, y con quien me quiera acompañar. O, tomando palabras de Van Gogh en una de sus últimas cartas, “como en un tren por una estrella”. Esta será también una especie de casa de citas, de citas de mayor o menor autoridad. Citas que sorprendan. Que me digan y nos digan cosas de lo que pasa y de lo que queremos que nos pase.  Espero vuestras sugerencias porque quiero también que este sea un lugar donde citarnos, citaros, citarme todas las semanas. Ya me he enredado sin remedio…

 

T’estimo

Que junts em caminat,
en la joia junts, en la pena junts,
i has omplert tan sovint la buidor dels meus mots
i en la nostra partida sempre m’has donat un bon joc.
Per tot això i coses que t’amago
em caldria agraïr-te tant temps que fa que t’estimo.

Lluis Llach

Me cuentan que en los medios de comunicación catalanes se repite con frecuencia  que  los españoles no queremos a los catalanes, “Espanya nons estima”, se dice y ahí queda eso.  Sí, ahí queda eso, pero creo, con todos los respetos, que eso no es verdad. Me esfuerzo en comprender  las razones históricas y sobre todo políticas  de estas salidas de tono, pero me rebelo contra ellas. ¿Cómo se puede decir, así como así, que España no quiere a los catalanes?.

Por lo pronto, diré que yo si les “estimo” y sé que hay mucha gente que piensa como yo. Quizás otros no, pero son los menos. Bien, seamos los que seamos, merecemos respeto. No se puede jugar impunemente con los sentimientos de los demás, manipularlos en beneficio propio. Me temo, sin embargo, que algo así está ocurriendo en el difícil y complejo debate que está teniendo lugar en nuestros días en Cataluña. Son muchos los problemas, sí, y graves, pero ese de la “estima” creo que no lo es. Lo veo más bien como un  recurso de conveniencia que utilizan políticos y periodistas. Y si alguien relacionase los sentimientos de los que estoy hablando aquí con el bolsillo sería un miserable. Lo siento.

Me temo que la política (la turbia, la pequeña, la mezquina) del nacionalismo exacerbado, sea de la naturaleza que sea, está distorsionando nuestra percepción de la realidad más de la cuenta. Relataré una experiencia que viví hace algunos años. Fue con motivo de la entrega del Premio Puente de Alcántara a la restauración del  Pon Trencat. Para explicar las afinidades y los lazos que estaban aflorando entre todos los presentes, se me ocurrió decir que estábamos  tendiendo un puente entre el Tajo extremeño y el Tordera catalán. El aplauso que se produjo  fue impresionante. Nos pilló a todos desprevenidos y en ese todos incluyo a los representantes de los partidos políticos catalanes. No creo ser un ingenuo, bueno a lo mejor sí, pero pensé que ese imprevisto aplauso, respondía a  una corriente de fondo, a unas afinidades y a unos vínculos enraizados en la historia y totalmente vigentes al margen de las escaramuzas políticas. Era un reflejo no condicionado: no había necesidad de disimular o disfrazar nada.

Aquello me dio y me sigue dando que pensar. Estamos siempre tensando la cuerda, tensándola más de la cuenta y esperando, irresponsablemente, a ver qué pasa después. Por uno y por otro lado. Como si realmente hubiera dos orillas, cuando  no las hay, aunque algunos intenten que las haya. Pero conmigo que no cuenten. Lo catalán es para mi algo propio; algo que forma parte de mi personalidad como español y no tengo por qué renunciar a ello.

Y por si pudiera servir de algo -estoy dispuesto a hacer cualquier cosa que sume y no reste- haré como Defoe en su tiempo, una humilde propuesta: construir unas cuantas cadenas humanas de solidaridad y admiración hacia Cataluña. Desde Cádiz. Desde Finisterre. Desde el Puente de Alcántara…  Así, la televisión catalana podría comprobar ese sentimiento de cariño hacia lo catalán que tanto parece echar de menos (¿de verdad lo echa de menos o simplemente  está jugando con las cartas marcadas?). Con las cosas del querer no se juega. Nos podemos llevar muchas sorpresas.