A favor de la sanidad pública

“Una vez que nos permitimos desobedecer la prueba de los beneficios de un contable, hemos empezado a cambiar nuestra civilización

 (John Maynard Keynes).

 

En mi época de profesor de la Complutense tenía siempre a mano el libro titulado “Social Policy” de Richard Titmuss. Me admiraba la sabia combinación que lograba el profesor británico entre lo que mi maestro Federico Rodríguez denominaba la política social latina, basada en las concepciones teóricas, y la anglosajona, basada en los hechos. Titmuss era un verdadero maestro en el estudio de casos, algo entonces muy novedoso y que quizás hoy esté ya pasado de moda.  Estoy muy poco al día de estas cuestiones, lo sé, pero hay cosas que no se olvidan, y una de esas cosas estaba  para mí en el libro de Titmuss. Cada quien tiene sus particulares asociaciones de ideas, de imágenes, de historias. Mi experiencia de estos días me ha traído a la memoria aquella historia que explicaba Titmuss y que se me quedó grabada.

Contaba el “eminente” decano de la London Business School  que, con motivo de un tratamiento que tuvo que seguir a causa de un cáncer, se solía encontrar en el hospital con un modesto ciudadano de Nigeria que era más o menos de su misma edad y que sufría la misma dolencia: “unas veces era yo quien entraba primero y otras veces era él. Pero la única razón que lo explicaba era la llegada más  o menos puntual del tren que nos traía desde diferentes lugares a Trafalgar  Square”, así lo contaba Titmuss.

Espero que ahora se entienda porque antes entrecomillaba  lo de “eminente”, porque allí, en aquel hospital, ser decano de la London no servía para nada. El señor de Nigeria y Titmuss tenían los mismos derechos y era simplemente el tren el que establecía las diferencias a la hora de comenzar el tratamiento. Es eso a lo que llamamos Sanidad Pública. 

Una hermana mía, la única que tengo, ya mayor y con achaques, tuvo un ictus la madrugada del lunes pasado. Llamamos al 112 y, al cabo de un rato, de muy poco, estaba allí la ambulancia. Mientras llegaba tuve la llamada de un médico para que le explicara el estado de la enferma: “muévale el brazo a ver si lo puede articular”.  No podía. Pronto estuvimos en urgencias del Hospital de la Princesa: el asunto era grave y le dejaron allí en observación hasta que ya por la tarde pudieron trasladarla a una habitación. Todo funcionó como un reloj. Es posible que ese día las circunstancias nos fueran favorables. No puedo saberlo. No  entretendré a mis lectores cantando las excelencias –que las hubo y las reconocimos- del personal que nos atendió. Cuento todo esto para decir con Titmuss que la Sanidad Pública es una de las grandes conquistas del Estado de Bienestar y que lo que yo estaba viviendo en el Hospital de la Princesa era una buena prueba de ello.

Que nadie me malinterprete, por favor. Este no es un alegato político. Es muy posible que haya necesidad de reorganizar el sistema, de hacerlo más flexible y efectivo. Todo es mejorable y no soy yo quien para opinar de esas cosas: no tengo datos, solo impresiones. Sí que quiero decir que las fronteras entre lo público y lo privado son sutiles y que cualquier desviación puede ser peligrosa y poner en riesgo este frágil y poderoso “invento” que hemos construido entre todos y  que a todos nos interesa conservar y mejorar. También a gente como yo que por su carrera profesional puede disponer de los servicios de la sanidad privada. Ni es incompatible con la pública ni tiene porqué ser observada con reticencia y cautela, creo yo. Pero con una condición: en ningún caso el negocio privado debería de prevalecer sobre la calidad y la universalidad del servicio público de la sanidad.

Sería bueno que se hablase con claridad sobre este asunto, que se pusieran todas las cartas sobre la mesa, porque con las cosas que están pasando nos estamos volviendo muy suspicaces. Todo el mundo dice defender a nuestra Sanidad Pública. Nadie la pone abiertamente en entredicho. Y es cierto que habrá que evitar abusos y despilfarros… pero, y eso es lo único que yo quiero decir, evitando que  el niño se nos vaya con el agua de la bañera.

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A TIRO

“No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies.” R.L. Stevenson. 

 

 

Publicado en Abc el 19 de febrero de 2014

 

 

Parece que el potente lobby de los cazadores y de los cotos de caza puede estar metiendo al ministro Cañete en un charco innecesario y peligroso. Como el ministro es hombre prudente y sagaz, es muy probable que finalmente no caiga en la trampa, pero en esto de la política nunca se sabe.

 

Las relaciones entre senderistas y cazadores, reguladas en cierto modo por la Ley de Caza de 1970, son más bien delicadas. Nadie pone en duda que los cazadores tienen sus derechos pero conviene saber que, a los senderistas, que también tienen sus derechos y, además, no llevan escopeta, se les ponen los pelos de punta cuando oyen tiros y no saben bien de dónde vienen. Sea como fuere, mal que bien, y con algunos sustos de por medio, los miedos y los recelos se han ido superando y el statu quo actual entre senderistas y cazadores está funcionando razonablemente bien. Cada quien contempla y disfruta de la Sierra de forma diferente. Hay un cierto nivel de respeto y de tolerancia mutuos, como no puede ser de otra forma.

Así las cosas, como digo, se otea en el horizonte una inquietante iniciativa legal por la que, al parecer, se prohibiría a los senderistas el uso de los montes públicos en las épocas de caza. Nada más y nada menos. Ya no habría problema de miedos ni peligros: muerto el perro se acabó la rabia. Los senderistas e casa  los fines de semana y los cazadores a pegar tiros a sus anchas. Un verdadero disparate.

Nadie se puede extrañar de que, ante tamaño desaguisado, se haya producido una amplia rebelión entre determinados avisados senderistas. Se nos puede decir que nos ponemos la venda antes de tener la herida. Sí, es cierto, pero digo yo que más vale prevenir que curar. Mejor poner el grito en el cielo antes de que nos pongan a tiro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL MIRADOR DE CALLAO

¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo, la sierra gris y blanca,

 la sierra de mis tardes madrileñas que yo veía en el azul pintada?     

Antonio Machado

Decía Luis Rosales que entre mirar y ver hay muchos siglos de distancia, que mirar es un fenómeno real y ver es un patrimonio cultural. Lo decía en 1985 con motivo de  la inauguración del Mirador de Vicente Aleixandre en la falda sur de los Siete Picos. Al año siguiente  Rosales tuvo su propio Mirador, no muy lejos del de Aleixandre, y fue entonces  Pedro Laín  quien  dedicó unas  palabras al poeta granadino que ahora descansa en el cementerio de Cercedilla: “Que tus ojos vean siempre, cuando miren, lo que siente tu corazón» . Eran los primeros Aurrulaques y  a partir de entonces los Amigos del Guadarrama no hemos  dejado de celebrar  esas caminatas amistosas y festivas  para implorar la protección de la Sierra de Guadarrama…

De  estas cosas y de otras muchas, me temo que de demasiadas,  hablé el miércoles pasado en un acto organizado por “Ámbito Cultural” de El Corte Inglés. Me habían pedido que participase en un ciclo de conferencias que lleva por título “conoce la montaña”. Parece que mi nombre está asociado a la Sierra de Guadarrama de forma casi irremediable. Así es que allí estuve en la torre de Callao,  rodeado de buenos amigos y verdaderos montañeros y expertos en montaña, dispuesto a contar mi historia, la historia de un aficionado, de un “lepidóptero” como en alguna ocasión nos llamaron en la revista Peñalara a los senderistas. La verdad es que mi experiencia montañera es corta y limitada. Eso lo dije desde el principio, para que nadie se llamara a engaño… Pero claro, todos los que estaban en aquella sala me conocían bien y sabían qué podían esperar de mí. Sólo soy un “señor de Cercedilla” al que desde hace ya mucho tiempo le preocupa, le interesa y le apasiona el paisaje natural que rodea a su pueblo.

Llegué al acto con bastante tiempo, todavía con luz,  y como me habían dicho que desde la planta nueve se podía  contemplar una  vista esplendida del Guadarrama, me fui para allá. Desgraciadamente las nubes no se llegaron a disipar del todo y no pude contemplar  esa Sierra gris y blanca, que en sus tardes madrileñas veía Machado en el azul pintada. No hubo suerte, pero la subida a aquella alta planta en un gran ascensor lleno a rebosar de gente más deseosa de probar la “Gourmet Experience» que de disfrutar del paisaje,   tuvo su pequeña  recompensa.  Desde ese  Mirador instalado en lo que llaman el Times Square madrileño, descubrí algo obvio pero que nunca había podido comprobar de forma tan palpable: la Sierra y Madrid eran la misma cosa. A partir del primer plano del Edifico Capítol, buena muestra del  art déco madrileño. se adentra uno en la Gran Vía y sigue y sigue hasta la Plaza de España, y sigue y sigue por Princesa hasta la Ciudad Universitaria y sigue y sigue hasta perderse en  la Sierra. Yo miraba y veía como aconseja Rosales e iba descubriendo que ese paisaje de Antonio López, buen pintor pero que no me entusiasma,  se convertía como en un fundido cinematográfico en un paisaje de Carlos de Haes, de Morera o de Beruete. Todo era lo mismo; la Sierra era Madrid y Madrid, como amenaza y como reto, era la Sierra. Mi conferencia se titulaba “A favor del Guadarrama” y allí mismo, cogí mi bolígrafo y agregué un punto final al esquema que había preparado inicialmente: “estar a favor del Guadarrama”, escribí, “era  estar a favor de Madrid».

Y eso es lo que más o menos traté de contar  luego a mis amigos y oyentes. Fue el relato, un poco embarullado, de una ya muy larga historia de paciencia y perseverancia. En la presentación, Eduardo Martínez de Pisón se refirió a aquellas  marchas cívicas por la Sierra; dijo que  tenían sentido y sensibilidad y que fueron esenciales para lograr el reconocimiento del Guadarrama  como Parque Nacional. Si lo dice Eduardo a lo mejor tiene razón, no lo sé. Pero yo hablé del pasado más que del presente. El  pasado casi siempre lo tamizamos con  un poco de nostalgia, de felicidad retrospectiva, y el presente… Me temo que de las nubes y las verdes praderas del pasado  bajé  al presente con cierta brusquedad y contundencia. Porque recorrimos un largo camino para llegar con ilusión y expectativas a este Parque Nacional que ahora tenemos… y lo cierto es que pasan los días, las semanas, los meses, y no pasa nada. Cómo si todo fuera un espejismo colectivo. Me hubiera gustado poder ver los Miradores de Aleixandre y de Rosales desde el  Mirador de Callao. Sí, me hubiera gustado para no perder la esperanza, para animarme un poco…

 

 

¿Afectos vs Conceptos?

«El pesimismo no es una filosofía sino un estado de ánimo».

Norberto Bobbio

Esto de hoy va de reflexión. De vez en cuando hay que hacer un alto en el camino y yo soy de los que se embalan y no paran. Hoy sí hago un receso para  ver como van las cosas en este blog que cuenta ya con trece entradas, contando esta última.

Comentarios de los que aparecen en el blog he recibido unos cuantos, pero no muchos, no tantos como me gustaría. No tantos en cualquier caso como mails y  llamadas dirigidos a mi particularmente. Hubiera sido mejor lo otro, pero se ve que mis amigos prefieren la “confidencialidad”. Lo siento pero lo entiendo: bastante hacen con seguirme. Gracias.

Una de las observaciones más  frecuentes es que me dejo llevar a menudo por mi afán de ver las cosas con buenos ojos y de encontrar vías de solución. “Eso del -oficio de unir- que aparece en el propio título de tu libro”, “esa tendencia tuya a tratar de unir cosas, personas, ideas te hace perder credibilidad, Antonio”. Bien, de acuerdo, probablemente tenéis razón, pero esa necesidad de “buen rollo” que me atribuís, me sale de forma casi natural. Sé bien que lo de ”unir” a veces lo consigo y  a veces no. Pero esa es mi forma de ser, mi carácter si se quiere así. Lo llevo conmigo desde hace mucho tiempo y no es fácil de cambiar. Me muevo mejor en los acuerdos que en los conflictos. Yo no creo ser demasiado optimista. Como decía Moustaki, soy más bien un pesimista alegre.

Ya, más en concreto, el profesor Laporta me advierte, muy finamente eso sí, de que debo de tener cuidado en no confundir la realidad de los hechos con mis preferencias personales. Una cosa es el análisis y otra tus afectos, me dice. y me recomienda  acudir a su maestro Bobbio para ilustrarme en el asunto. Pronto encuentro un interesantísimo documento del gran jurista italiano en el que habla de afectos y conceptos, pero para reconocer, que en su vejez, los afectos pueden para él más que los conceptos. ¿Afectos y conceptos enfrentados? No creo que sea necesario, no creo que debamos verlos como conceptos enfrentados. Sí que conviene no confundirlo, ser consciente de ello.  Quizás la edad -Bobbio escribió esto a los ochenta y tres año- influya.

La vejez te vuelve sentimental, tal vez más de la cuenta. Pero creo que algo del carácter que tenemos sigue estando con nosotros, permanece de algún modo en lo que somos, en lo que seguimos siendo. En mi caso no creo o no quiero que los conceptos y los afectos se vean irremediablemente enfrentados. En todo caso, es posible, muy posible, que ahora, con los años que ya tengo, los afectos vayan muy por delante.

Los conceptos nos ayudan a describir y a comprender el mundo. Pero sólo con los conceptos no podemos entenderlo todo. No hace falta ser viejo para que los conceptos se vean debilitados y atenuados por  la fuerza de los afectos. No es fácil mantener el adecuado equilibrio entre pasión y razón. Y no debemos dejar que los afectos enturbien nuestro entendimiento: el sueño del a razón produce monstruos. Seamos viejos o jóvenes, creo, amigo Laporta, que tendríamos que tratar de hacer compatibles, conciliables, las razones del querer con las razones de los «conceptos», de los análisis. Es posible pensar en una razón apasionada o en una pasión razonable… Como también es posible seguir siendo joven de espíritu y viejo de corazón. Las vidas reales están  casi siempre tamizadas, mezcladas, desbordantes de contradicciones en los términos, en los conceptos… Está en nuestra naturaleza. Cuando uno reflexiona en lo que le dicen es, quizás, porque algo quiere cambiar en su forma de hacer y de vera las cosas. Quizás me vuelva más frío y analítico a partir de ahora. O quizás no. Uno no puede saltar por encima de su propia sombra…