“Nunca he buscado lectores; busco relectores”
Juan Goytisolo
Hoy voy a contar una historia real. Algo que me ha pasado, que me está pasando, que me va a pasar. Tiene que ver con el acto de leer, con las fundaciones, con la amistad. Tiene que ver con Montaigne y con Epicuro…
Es algo que nos acaba pasando a todos en algún momento de nuestras vidas, en algún momento del día, de algunos días. Regresamos a los lugares donde más felices fuimos, volvemos a los sitios donde nos encontramos verdaderamente a nuestras anchas. El sitio de nuestro recreo. A mi me gusta mucho leer, porque me hace pensar, porque me trae recuerdos, porque me ayuda a imaginar; el mundo de las fundaciones ha formado parte durante muchos años de mi propio mundo y lo de Montaigne y Epicuro tiene su explicación. Decían ambos, a su manera cada uno de ellos, que no es lo que tenemos sino lo que gozamos lo que nos da la verdadera abundancia, la verdadera felicidad….
Hace unos días estuve en una Fundación, en la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, con Antonio Basanta, su director general. Es amigo antiguo y disfruté mucho de la conversación que mantuvimos. Con Basanta no puedes sino apasionarte, no puedes sino revitalizarte, no puedes sino rejuvenecer con él. Hablamos de don Germán: Basanta se refirió a él con verdadera devoción, con genuino reconocimiento, con inteligencia. Germán Sánchez Ruipérez fue un hombre sin apenas cultura, que se hizo a sí mismo con tesón, con esfuerzo. Ni sabía ni quería encubrir sus sentimientos y era tremendamente directo y espontáneo. Le conté que siendo Germán presidente del Consejo Social de la Universidad de Salamanca y con motivo de un acto en el que presentábamos un programa europeo en el viejo paraninfo, le encontré “expuesto” en una especie de dosel lleno de pompa y solemnidad: ¿hay que ver cómo te tratan ” le dije, “sí, es cierto”, me respondió mirando de reojo al rector que estaba a su lado “pero no me dejan ver las cuentas”. Así era Germán y así, siendo así y sin tratar de dejar de ser así, supo crear algo de la nada, una editorial puntera que se ha mantenido, una Fundación que le ha sobrevivido y que ahora es un ejemplo real, tangible, de lo que debe ser una Fundación independiente y abierta a la colaboración con las instituciones públicas. Una Fundación que, haciendo realidad el sueño de su fundador, se dedica a promover el libro y la lectura y ha construido la Casa del Lector en el Matadero de Madrid. Un modelo a seguir. Otros, con más recursos y prosopopeya, se hicieron notar más y al final apenas han dejado nada… Eso me dice Basanta, eso creo yo también. Sánchez Ruipérez ha dejado vivo, muy vivo, un centro cultural de primer orden, seguramente porque se dejó llevar por su verdadera pasión: el conocimiento, el libro, la lectura. Seguramente porque no le importaba tanto tener como gozar. Seguramente porque, sin saberlo, se dejó guiar por Epicuro.
Pues tenéis que saber que allí, en la Casa del Lector, en la Fundación, Basanta me propuso algo y me regaló un libro. Me ofreció llevar adelante el proyecto “Relectores”, del que ahora os daré un breve apunte. Y me regaló el libro de Daniel Klein “Mis viajes con Epicuro”. No da puntada sin hilo Basanta, sabe dónde tocar y cómo hacerlo. De este modo me dio entrada a una casa y a un proyecto donde encuentro todas esas cosas que siempre me han gustado de verdad, todo eso que me hace disfrutar, todo eso que creo que puede hacerme feliz. Se trata de hablar con gente que conozco, de los libros que han leído y de lo que esa lectura ha influido en sus vidas. Un amigo, una conversación, un libro, son, pienso yo, tres motivos felices para poder navegar en la abundancia, la verdadera abundancia.
Hoy os he contado una historia real, que me ha pasado, que me está pasando. Tengo un proyecto en el que ya estoy trabajando y del que me leeréis o me escucharéis hablar. Me lo ha propuesto la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Ya se lo estoy agradeciendo… Ya estoy empezando a darle vueltas al asunto. Ya estoy gozando de ello y aún no he hecho apenas nada, solo una relación de nombres, un propósito en mi cabeza. Ya lo estoy disfrutando con solo pensarlo, con solo imaginarlo…
Antonio todo un placer el haber leído lo que usted ha escrito en el día de hoy. un saludo
gracias Pedro; te agradezco que me sigas y te lo seguiré enviando.
como siempre inspirador y profundo mi querido y ejemplar amigo Antonio. Llevo tu nombre también y espero algún día también tener tu disciplina y entendimiento.
No sabía que fueras mi tocayo pero sí tenía pruebas de tu cariñosa amistad.
Gracias por seguirme y por tus comentarios amigo.
¡Cómo te gusta disfrutar! Y qué bien sabes hacerlo, Antonio.
Ya va uno siendo viejo para no aprovechar ls oportunidades que salgan por el camino.
No sé que saldrá de ésto Carlos pero, desde luego, trataré de disfrutarlo.
NULLA DIES SINE LINEA.
Plinio el Viejo
Con la salvedad de que la frase del viejo Plinio sea de lo más polisémica –Ni un solo día sin una línea” vale tanto para lectores empedernidos como para escritores impenitentes, incluso para adictos a inhalaciones sicotrópicas-, hace años, Umberto Eco publicó una divertida columna en la que comentaba una encuesta realizada a intelectuales italianos acerca de los libros importantes que nunca habían leído. Además de novelas de Proust, Joyce o Virginia Woolf, por citar algunas reiteradas ausencias entre los modernos del canon occidental, había catedráticos de literatura que declaraban no haber podido con El Quijote, filósofos que guardaban intonsa la Metafísica de Aristóteles, o teólogos que nunca habían bebido en la Suma Teológica. Más allá de esos acuciantes volúmenes, ahora tan de moda, acerca de «todo lo que hay que leer», la confesión de lo que no ha leído alguien a quien se atribuye autoridad produce un efecto balsámico: si este señor, que es quien es, todavía no le ha hincado el diente a Guerra y paz, no estoy perdido. Pero, a decir verdad, se puede vivir sin leer?
Haciendo un poco de literatura, George Steiner afirma que ser judío es leer un libro con un lápiz en la mano; es ser el que lee el periódico y corrige mentalmente las erratas del texto; es ser el que, incluso a las puertas de la cámara de gas, continúa corrigiendo un texto que tiene a medio trabajar. Steiner, para definir «ser judío», coincide, tal como yo lo veo, con mi definición de «ser lector apasionado».
Todos los lectores apasionados somos judíos. A todos los lectores apasionados sólo nos jubila la muerte. Y de esos ha habido muchos, comenzando por aquel Erasmo que firmaba declaraciones de principios como esta: «Cuando tengo un poco de dinero, compro libros. Si sobra algo, ropa y comida.» Se diría que para el ilustre humanista leer equivalía a entrar en una dimensión paralela a la vida. Vivir para leer, y, como bien afirmas, Antonio, Volver a leer para volver a vivir.
Si leer es haber leído, como decía el olvidado hispanista Leo Spitzer, el oficio de releer afecta igualmente a nuestra médula, porque las cosas leídas no se quedan aparcadas en el terreno ideal. Penetran nuestra experiencia vital de la misma manera que las cosas vividas. Porque leer es vivir. Por eso a veces, los escritores – y los buenos lectores- decimos sin faltar a la verdad que hemos vivido en Florencia o en Ferrara, sin haberla pisado nunca, gracias a Stendhal, o que conocemos perfectamente Davos –convalecientes como su protagonista, dada nuestra condición de letraheridos-, tras pernoctar una larga estación en la Montaña mágica de Thomas Mann.
Proust buscaba por los laberintos de su melancolía el tiempo perdido y lo encontró en una novela río de magnitudes oceánicas. El sortilegio se produce siempre que nos acercamos, no necesariamente por el camino de Swann, a los libros que jalonaron nuestra vida. Nos reencontramos con algo esencial de nosotros mismos que puede llegar a ser muy perturbador. Releyendo libros leídos hace ya diez, veinte, treinta años, me he encontrado con subrayados que decían mucho de mí, pero también con otros en los que no me reconocía. ¿Quién era yo entonces? ¿Cómo sentía? ¿Cómo pensaba? Las tres preguntas ya son, en sí mismas, pura literatura. Debe ser por eso que a veces tengo la sensación de que escribimos sobre espejos, donde no siempre el rostro que aparece en el azogue se corresponde con el que nos mira. Aunque nos quepa la certeza de que, uno y otro, nos estamos leyendo.
Ya está Álvaro; con este comentario tuyo, que se agrega a los que me has hecho de palabra, ya está en marcha el proyecto Relectores. Si no tienes inconveniente lo difundiré entre todos los que finalmente participen como un necesario ejercicio de entrenamiento previo.
Me has dejado como siempre atónito; menos mal que me quedan unos días para levantar cabeza antes de la próxima entrada.
Siempre gracias
Creo que era Borges quien decía aquello de «no me jacto de los libros que he escrito, sino de aquellos que me ha sido dado leer». Cuando tenía 20, 30 o 40 años, vivía preocupado por los libros que tenía pendientes, y hacía cálculos sobre si la vida me daría para completar su lectura. Leía compulsivamente, devoraba sin digerir. Hoy me preocupa menos lo nuevo o lo «por descubrir», y prefiero la lectura pausada, mucho más reflexiva. Y encuentro un maravilloso placer en la relectura de sorpresas insospechadas. Algo parecido me ocurre con el cine. Y propongo una aventura deslumbrante: abrir aleatoriamente una página, o una secuencia en disparo fugaz. Deslinda lo bueno de lo mediocre, y desvela con sorprendente facilidad la obra maestra de lo perecedero. Hay autores que no resisten esta «prueba del algodón». Otros, en cambio, se engrandecen hacia el infinito. Por cierto, qué deliciosa travesura la de Álvaro Bermejo al apuntar el experimento de Umberto Eco sobre las obras primarias de la literatura no leídas por los intelectuales, o tal vez leídas pero denostadas en silencio. Siempre he pensado que en las artes en general, hay algunos notorios irrelevantes y no pocos anónimos maestros.
José Luis Vilanova
Gracias José Luis; no sé yo si eres para mi un médico amigo o un amigo médico, pero de lo que estoy seguro es de que soy un hombre afortunado porl tenerte cerca.
Los lectores de este blog habrán podio percibir al leer tu comentario tu amplia cultura y tu finura intelectual, pero no creo que hayan descubierto lo que es en ti, como medico y como hombre, lo más importante y es tu talla humana y tu hombría de bien.
Gracias por poner tu nombre en este blog y por tus reflexiones sobre la lectura. Debo de decirte que esa aventura deslumbrante de la pagina aleatoria que nos propones yo la practico habitualmente cuando trato de comprobar la calidad de las traducciones y casi nunca me falla.
Un abrazo fuerte y gracias por este comentario y por tantas cosas. .
Me gusta más amigo «a secas». Cuando se trata de calidades humanas, lo que sea cada uno resulta irrelevante. Y me parece que desde la amistad es mucho más fácil construir esperanza, cariño, solidaridad, ternura, honradez, servicio… Aun con nuestras miserias y contradicciones. Otro abrazo.
Cómo disfruto con tus palabras! Me quedo con esta frase: «Un amigo, una conversación, un libro, son, pienso yo, tres motivos felices para poder navegar en la abundancia, la verdadera abundancia.» Gracias!
No se si el haber tenido el privilegio de ser elegido para la Beca Fulbright, te condicionó – a partir de entonces – a estar predispuesto y en contacto con otras Fundaciones; de lo que estoy plenamente convencido es que, gracias a tu persistente afán de Cultura y de hacer el bien a los demás, este nuevo proyecto de Relectores que ahora tienes en mente y entre manos, será otro motivo más de satisfacción y felicidad para tí.-
Hace ya unos cuantos años, al asistir en la Sala de Prensa de La Nueva España en Oviedo a la presentación del libro: «Viaje al Mundo de Martín Llamazares, Martinón de Llué», luego de la proyección de unas diapositivas muy bonitas y de un coloquio muy enriquecedor, una Sra. le pregunta a Gonzalo, uno de los autores del librito, ¿ «dónde iban a la escuela los niños de la aldea de Tolivia»? un minúsculo pueblecito de Los Beyos (ya totalmente abandonado, claro), Gonzalo le contestó: Señora, por las diapositivas que Vd. vió, en ese pueblo – de no más de 20 casas-cuadras (las describo así porque las cuadras estaban situadas en la parte inferior de las construcciones sirviendo de calefacción), no había ni siquiera escuela pero, aún así, el problema de la educación de esos críos, los resolvieron sus padres contratando en Oseja de Sajambre a un buen maestro que trajeron al pueblo, le dieron una vivienda y cada familia le abonaba – en especies y en funcion del número de hijos – «el salario convenido».-
Con ello, comentó Gonzalo, además de brindarles una formación mínima a esos críos, sin separarlos de su entorno, los padres contaban además con ellos para ayudarles en las múltiples tareas de subsistencia que tenían allí.- ¡¡Vaya ejemplo de cordura, sentido de responsabilidad y también común, puesto en práctica por esos aldeanos de Tolivia, hace ya 70 u 80 años!!
Por cierto, y con esto termino amigo Antonio: Al año siguiente de esa presentación, organizamos con Enrique Perea y otros 15 ó 17 amigos de La Isla, una inolvidable excursión a esa Aldea, con pernocta (en tiendas de campaña) incluída, de la que todavía se acuerdan hoy, Braulio, Ataulfo, etc. etc. Un fuerte abrazo
Gracias Tito; tus comentarios me traen siempre el sabor de tu tierra, tan querida por mi, y sobre todo de la inteligencia y el sentido común de sus gentes. No dejes por favor de mandarme ideas y mantenerme alerta.