TIO VANIA SOMOS TODOS

«Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya”. 

Eugene Ionesco

 

He vuelto al teatro. Quiero decir que he vuelto a hacer teatro, a representar, a dirigir de forma amateur, con la pasión y la devoción de un joven. Esta noticia puede causar sorpresa a los que solo conocen mi biografía “oficial” pero no a mis amigos, parientes y vecinos. Hemos hecho teatro en casa desde que mis hijos eran muy pequeños y luego, ya mayorcitos, con primos y amigos en el Montalvo de Cercedilla, un teatrito maravilloso que, como tantas otras “cosas maravillosas”, está hoy en horas bajas.

Esa parte dedicada a lo “inútil”, a lo supuestamente “inútil” pero “indispensable” si creemos a Ionesco, me ha dado alguna de las mayores satisfacciones de mi vida. Aún así, durante unos cuantos años –los jóvenes son imparables- he estado en el “paro teatral”, no he representado, no me han dejado, no me han dado papeles y en uno que me dieron ni siquiera hablaba. Lo llevaba mal, muy mal, me faltaba algo.

Y ahí estaba yo como los personajes de Beckett esperando a Godot y con el temor de que nunca llegara. Pero no hay mal que cien años dure y justo ahora la fortuna me ha sonreído de nuevo. Me parece mentira pero es así: ya puedo volver a presumir de tener “compañía propia” ¡¡Y qué Compañía!! El “casting” fue, por así decirlo, al revés. Más que elegir yo, eran mis candidatos los que me tenían que aceptar a mi. Convoqué a un grupo de amigos “teatreros” y traté de encandilarlos con Chéjov y “El Tío Vania”. Me imaginaba que habían oído eso que dijo Peter Brook de que un actor no puede considerarse tal hasta no haber pasado por los clásicos griegos, por Shakespeare y por Chéjov y pensé que no escurrirían el bulto. Todos, sin excepción, picaron en el anzuelo. Era un anzuelo muy poderoso, un auténtico valor seguro del teatro de todos los tiempos.

Podría decir que Tio Vania soy yo, como Flaubert dijo que él era Madame Bovary, pero prefiero decir que Tío Vania somos todos. Es más cierto y menos personal. En sus personajes se pueden encontrar las desazones y las inquietudes que a todos  nos llegan en algún momento de nuestra vida. A mi me pasa con esta obra, y ahora si que personalizo, lo que con ninguna otra. Siempre que la veo o la leo –y ya han sido unas cuantas veces- siento una empatía especial con todos los que la dan vida. No dejo de tener el convencimiento de que soy yo y no ellos -o yo con ellos, al tiempo- el que vivo sus vidas y paso por sus avatares. Soy yo el que se mata a trabajar como Vestrov y hago como él un canto a los bosques y a la naturaleza, soy yo el que me vuelvo perezoso y me paso el día gruñendo como el tío Vania. O me veo condenado a vivir en un panteón y a aguantar a gentes estúpidas y fastidiosas como le ocurría al viejo profesor jubilado.

Pero lo que realmente me deja siempre tocado es el final del último acto, cuando se van marchando todos y se quedan de nuevo solos, en medio de la nada, el pobre tío Vania y Sonia, su desgraciada sobrina “¿Y ahora qué hacemos?” se preguntan mientras se oye el ruido de los carruajes que se alejan: “trabajar, trabajar…” se responden. “La vida sigue” dice Sonia, “saldremos adelante tío Vania… Nos quedan muchos días y muchas tardes y vamos a tener que llevar las cosas con paciencia. Seguiremos trabajando para los demás, como siempre, y cuando nos llegue la hora, moriremos resignados. Y entonces, mi querido tío, veremos una vida luminosa. Entonces nos sentiremos contentos, miraremos nuestras desdichas de hoy con una sonrisa emocionada y descansaremos. ¡Descansaremos!”

Os recomiendo pinchéis aquí para ver el video de la conferencia que pronunció Josep María Pou en la Fundación Príncipe de Girona en la que habla con emoción de este final de Tío Vania.

Hace unos días tuvimos el primer ensayo y aún con los titubeos de la primera lectura, tenía yo la sensación de reencontrarme de golpe con toda la fuerza y la autenticidad del teatro de Chéjov. Tío Vania era yo, eran ellos, éramos todos. Volví a sentir que no hay nada como el teatro para dar y crear vida de la nada. Ahora tenemos un propósito, un objetivo, un texto, una representación por delante. Tendremos que trabajar. Tendremos que ser otros siendo nosotros. Llegará el día del estreno en el Matadero. Y estaréis todos invitados. No dejéis de leer antes la obra. No dejéis de ir al teatro. Os esperamos. Os necesitamos.

5 pensamientos en “TIO VANIA SOMOS TODOS

  1. OSTRAS CON CHAMPÁN
    Álvaro Bermejo

    De entre la extensa progenie de los chejovianos –Woolf, Mansfield, Salinger, Cheever et alia-, hay un relato de Raymond Carver (Tres rosas amarillas), en el que el escritor estadounidense recrea el último acto de su vida en el balneario de Badenweiler. Chejov, que también era doctor, y sabía que se acercaba su final, pidió una botella de champán. Nada más apurar su copa dijo apenas una frase –“hace tanto que no bebía champán”-, se recostó en su cama y cerró los ojos para siempre.
    La escena, Antonio, me vino a la memoria mientras tú te atrevías, no sé si consciente o inconscientemente, a pedir una botella de cava en el Casino de Madrid, al concluir la presentación de tu nueva compañía. Brindamos, naturalmente, por Chejov y por su Tío Vania. Una obra amarga que culmina la trayectoria de un escritor que empezó a ganarse la vida escribiendo historietas cómicas bajo el nada sibilino seudónimo de Antosha Chejonte.
    Chejonte suena casi a Quijote, y si su vida tuvo mucho de eso, me temo que la aventura en la que nos has embarcado va a oscilar entre lo chejoviano y lo chejontiano. Confiemos en la magnanimidad del público cuando llegue el día del estreno, de modo que no hagamos honor al nombre de la plaza donde sucederá, el Matadero, si los hados no lo remedian.
    Humor y melancolía fueron dos de los fantasmas que persiguieron a Chejov, quizá tanto como a sus héroes, por llamarlos de algún modo, pues jamás los idealiza. Los presenta tal como los ve. A veces como caballeros andantes llenos de buenas intenciones que se ven lastradas por la torpeza, la inconsecuencia o el destino. Otras como seres aplastados por el peso de una vida que les va venciendo, de fracaso en fracaso, golpe a golpe, hasta la claudicación final. Su concepto del trabajo no se puede desvincular de su biografía: Chejov era nieto de un siervo que compró su libertad, por lo que siempre tuvo la clara conciencia de que jamás nadie le iba a regalar nada, más aún cuando, al morir su padre, se convirtió en cabeza de familia para su madre y sus cinco hermanos. Estudió medicina para acabar practicándola de manera casi gratuita y aun cuando sus obras comenzaron a depararle una notoriedad más que merecida, jamás se consideró otra cosa que un outsider de la literatura.
    “Delicado como una muchacha”, así lo definió el gran Tolstoi que creía en las ideas absolutas, en las esencias trascendentes, en la Gran Madre Rusia, mientras que Chejov apenas alzaba la voz, a través de sus personajes, en defensa de los defectos benéficos de la ciencia y el progreso. Tio Vania tiene algo de los dos. Vania es un zar a punto de verse defenestrado que comparte su suerte con un médico incapaz de salvar la vida de sus pacientes, con mujeres encapsuladas en el jardín de los cerezos de su postergación y su insignificancia, con terratenientes arruinados, con catedráticos anulados por su estúpida fatuidad, con todos nosotros. Y sin embargo, la tragedia latente, pulsante, sucede como si nada sucediera. Como si el trabajo fuera trabajo y el descanso descanso, cuando ya no son sino su antítesis, allá donde se intuye el retronar no tan lejano de la Revolución de Octubre.
    Con el drama a las puertas, el regreso a Rusia del cadáver de Chejov estuvo teñido de esa comicidad trágica que marcó su vida. Si facturaron su cuerpo inerte en un vagón de ostras, pues no había otro hielo disponible, al entrar en la estación de Moscú aquellos que lo esperaban -entre ellos su amigo Maxim Gorki-, se equivocaron de muerto y se unieron a la comitiva que honraba a un general, con orquesta incluida.
    No sé quién dijo que en esta vida solo se triunfa por equivocación. Chejov, que sabía mucho de eso, seguro que será indulgente con tu atrevimiento que ya es el nuestro. Dulcineas y Quijotes del Chejonte andante, tendremos que trabajar duro para merecernos otra copa de champán. Llámame supersticioso, pero, la próxima vez, mejor si no lo acompañamos con un plato de ostras.

    • Ay, ay Álvaro !!que dificil me lo pones!!
      Sin conocer todavía tu comentario y por recomendación tuya (sin explicarme el porqué) leí «Tres rosas amarillas» de Carver en el Supra que me llevó de Madrid a Oviedo. Disfruté con todas las historias pero el relato final sobre la muerte de Chéjov me dejó sobrecogido y te llamé para decirtelo. Luego al leer tu comentario lo entendí todo,
      No sabía lo del champán pero algo debí de intuir cuando lo pedí para celebrar nuestro primer ensayo y la anunciada paternidad de uno de nuestros actores. Todo tiene una explicación aunque tardemos en saberlo.
      Voy a pedir a todo la Compañía que lea tus reflexiones; nos van a ayudar mucho a entrar en el espiritu chejoviano y en la entraña de cada uno de los personajes.
      Gracias una vez más y no te preocupes por lo del Matadero; ya verás como salimos airosos, muy airosos, de la prueba. Y no te olvides de que el próximo lunes tenemos ensayo. Y de ostras nada.

  2. ¡Preciosa reflexión, Antonio! Te felicito muy de veras y te animo a que continúes con tus periódicas entregas, de las que soy puntual lector.
    Al estreno de vuestra producción Tío Vania me apunto, desde luego.
    Un fuerte abrazo.
    Luis

  3. Que sana envida nos das, con total sinceridad y afecto amigo Antonio, con tus incontenidas ansias de saber y compartir tu completo bagaje intelectual.- Para los que no tengamos el privilegio de asistir en persona a la esperada representación en el El Matadero, confiamos nos hagas llegar una grabación del Tio Vania para disfrutarla, al menos, aqui en Gijón.-
    Luego de verla con detenimiento, («sin las presiones emocionales del directo») te haremos llegar – con nuestro agradecimiento – «nuestra crítica más constructiva también».- Un abrazo

    NOTA: Pero ojo, antes recabaré de nuestro común amigo, Luis Suárez Migoya, su juicio crítico sobre la actuación en vivo y en directo.-

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