Once burritos pasiegos

burritos 

 Los pasiegos ven crecer la hierba… pero los de transmiera la oyen.

Dicho popular

 

No es el título de una nueva película española. Pero pudiera serlo, una secuela o una precuela de los apellidos vascos. Esto es una historia real, una historia verdadera, no un invento de mi imaginación. Nunca la habría podido contar si un viernes reciente por la mañana no hubiese estado entrevistando para el Programa Relectores a Juan José Herrera de la Muela, presidente de la Sociedad Geográfica Española y hombre de muchas lecturas. Tuvo lugar la entrevista en la Biblioteca Nacional, y allí estaba, organizando y preocupándose de todo, Arturo Girón que es el Director de Comunicación de esa ilustre casa. “Me voy para Santander”, dije al finalizar, tratando de hacer cortos los trámites de despedida. “Ah, pues yo también me voy a Santander”, me dijo Arturo señalándome su mochila ya preparada y dispuesto igualmente a largarse lo antes posible: “tengo que ocuparme de mis once burritos pasiegos”.

No me lo podía creer, burritos y pasiegos, o sea de mi estilo y además once. Pues así era: los tiene en Entrambasaguas, en plena Montaña cántabra. Un amigo suyo le regaló los primeros: tres burritos “flacos, descuidados, huidizos –me cuenta Arturo-, acostumbrados a comer lo que buenamente podían encontrar”. Son pequeños, de pata corta y panza y morro blancos. Los podéis ver en la foto que acompaña esta entrada. La familia creció hasta llegar a once: un equipo de fútbol de burritos.

Arturo los quiere, los ha tomado cariño. Se nota en las fotos que me ha enviado. Me dice que el burro pasiego es un animal “muy listo, cariñoso y reflexivo”. Seguro que tiene toda la razón del mundo para decirlo. Al burro hemos acabado dándole un significado adicional polarmente distinto: qué “burros” llegamos a ser!. Menos Juan Ramón Jiménez con su Platero, claro. Ahora Arturo busca casas de acogida para algunos de ellos. Está haciendo un “casting”, me dice, acostumbrado a la terminología del mundo cultural en el que se mueve. No puede atenderlos a todos como él quisiera. “Mis burritos requieren cuidados y trabajo –advierte- pero a cambio te devuelven compañía, cariño y mucha serenidad”.

Después de darle unas cuantas vueltas al asunto, he pensado que este era un motivo cuasi perfecto para celebrar las cincuenta entradas de este blog. Pensaréis que estas entradas son improvisadas, pero no, ni mucho menos, como uno de estos burritos, he reflexionado mucho antes de decidirme: me he vuelto un poco burrito, un poco pasiego… Quizás, sin saberlo bien, vuelvo a los orígenes, a mis orígenes. Los primeros Sáenz de Miera que llegaron a Cercedilla a mediados del XIX provenían de Selaya, “la cuarta villa pasiega”, y uno de ellos, que no debía de tener un pelo de tonto, se casó con la hija del boticario que era, según se dice, guapa y rica. De esa unión nació mi abuelo Hipólito y de ahí vengo yo. O sea que soy pasiego, vengo del norte. Ellos, los burritos, también son pasiegos, también son del norte, pero su rebuzno, creo yo, es universal.

No me resisto a contar aquí una historia que nos sucedió a Paloma mi mujer y a mí en un hotel de los Alpes italianos, cerca de Bressanone. Estábamos en una amplia terraza con vistas a los picos y lindante con unas praderas en las que pastaba tranquilamente el ganado. La gente tomaba el té o lo que fuera en silencio y el ambiente era de lo más pacífico y distinguido, hasta que se me ocurrió hacer un experimento relacionado precisamente con el lenguaje universal de los animales. ¿Entenderían esas vacas alpinas el grito de llamada que se emplea en la Sierra de Guadarrama? “Pensat y fet”, me acerqué a la barandilla que separaba la terraza de las praderas y lancé el grito de guerra: “Borrega…borrega, borreeeeega…”. Todas a una las vacas levantaron los cuernos y se abalanzaron en loca carrera hacía la barandilla. La gente levantó la cabeza admirada y Paloma y yo tomamos las de Villadiego.

Era sin duda el mismo idioma. Se entenderá ahora que ese rebuzno de los burritos, tan incomprensible como reconocible, se dé en todas las partes por igual. Soy un paisano del mundo. O quiero serlo. Soy de un sitio que todos conocéis, con un acento que se me escapa cuando hablo con los de Cercedilla, con un paisaje detrás que me emociona y me explica, sin que pueda evitarlo. Pero también y al mismo tiempo, con un mensaje y un propósito que pretendo que se puedan entender en cualquier parte del planeta.

Me ha parecido que estos burritos pasiegos son un poco una curiosa mezcla de todo eso que yo pretendo con este blog. Tienen, además del rebuzno, una mirada universal. Quizás me haga con dos de ellos, si me deja mi familia….

 

 

 

 

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CERVANTES , GOYTISOLO Y EL TEATRO DE LA VIDA

«No me pondré chaqué. Puestos a disfrazarme, usaría una chilaba.»

Juan Goytisolo

 

 

 

 Me cuelo con gusto en las celebraciones que han tenido lugar recientemente en torno al autor del Quijote. Todos tenemos derecho a reconocernos en esa nacionalidad cervantina de la que habló Carlos Fuentes y “a decir de la historia todo aquello que nos pareciere, sin temor que nos calumnien por el mal, ni nos premien por el bien que dijéramos della”, como escribe el propio Cervantes en el prólogo de su obra universal. Con este espíritu de libertad hablaré hoy de Cervantes y también del premio más importante de las letras españolas que lleva su nombre.

Reconozco que no sé mucho de la vida de Cervantes. Seguro que no fue del todo ejemplar. Ninguna lo es: del Rey abajo ninguna lo es. Pero el alma de Cervantes está en las palabras y en las historias que escribió, está, sobre todo, en la del ingenioso hidalgo que le dio fama universal y que me ha apasionado desde muy joven. Creo que fue en segundo de bachillerato cuando nuestro profesor de literatura nos “obligó” a leer el Quijote. Nunca se lo agradeceré bastante. No hice eso con mis hijos y me temo que algunos todavía no lo han leído. Los grandes de la literatura universal deben de ser siempre una gran aventura y un auténtico placer, nunca una obligación. Pero, en ocasiones, hay que forzar un poco la máquina porque lo cierto es que los mejores placeres exigen un cierto esfuerzo, una adecuada predisposición. Seguiré intentándolo con mis hijos…

Como tantos otros, he vuelto al Quijote varias veces en mi vida y puedo ahora presumir de que será mi primera lectura en el ebook que me acaban de regalar. Cervantes nos da más de lo que probablemente podíamos asumir: tolerancia, humor, idealismo, compasión, libertad. Todo ello con letras mayúsculas. Y nos enseña, claro, y sobre todo, la verdad de las mentiras, la verdad que hay en la ficción, la verdad que hay en la mejor literatura.
Libertad y verdad, dos palabras muy grandes, muy exigentes, que cuesta asumir y conciliar. Voy ahora al asunto de la entrega del Premio Cervantes de este año. Si alguien dice “a la llana y sin rodeos”, se arriesga mucho. Todos, en algún momento de nuestra vida, hacemos teatro, fingimos, no lo decimos todo, exageramos la nota, nos hacemos los “interesantes”. Algo de esto me pareció atisbar en el discurso de Goytisolo, en sus palabras y, sobre todo, en sus gestos. Cualquiera hubiera podido pensar que le habían obligado a aceptar el premio, lo mismo que a mi me obligó a leer el Quijote mi profesor de literatura.

Mejor “que reine la verdad y desaparezcan las sombras”, como nos dijo el premiado en su parlamento. Lo ha denunciado Fernando Aramburu y estoy de acuerdo con él: hay fragrantes contradicciones  en el “happening” que montó Goytisolo en presencia de Reyes y autoridades. Una muy evidente es decir en un momento de su discurso que no se trata de poner la pluma al servicio de una causa por justa que sea y salir al final con un extemporáneo guiño a un partido político. Nadie se inmutó y todos aplaudieron al final del discurso: con eso jugaba el premiado pero eso no está bien. En ocasiones nos engañamos a nosotros mismos, nos inventamos a nosotros mismos para que la realidad se ajuste a los deseos y sentimientos que un día tuvimos. A mi no me cabe duda de que Goytisolo quería el Premio Cervantes, quería tenerlo. Pensaba que se lo merecía. Imagino que se imaginaba pronunciar el discurso airado que finalmente hizo.

¿Quién no se recrea en una escena de venganza o de triunfo que finalmente no se produce? Me temo que a Goytisolo le llegó ese momento soñado. Era el momento de desquitarse. De dar la impresión de que desdeñaba un Premio, cuando realmente no era así. Pero sobre todo, en el fondo, creo yo, ese gesto airado no era más que una pose, una actitud estudiada desde hacía tiempo. El teatro de títeres, el teatro de la vida. Su discurso tiene miga, sin duda alguna, como hacer ver en su Pura Tura mi amigo Miguel Ángel Lama. En él hay motivos de indignación bien explicados que muchos compartimos. Sin embargo, creo yo, debajo él, en el fondo, no hay una actitud muy cervantina. No logra liberarse Goytisolo de los fantasmas que han transitado por su larga vida como lo hizo Quijano el Bueno en sus últimos años. No, no parece estar tan contaminado de Cervantes como nos dijo ese día. O quizás sí, quien lo sabe. Nada es casi nunca exactamente lo que parece. Casi siempre hay una cueva a cuyo fondo no logramos acceder. Puede que me equivoque.