“Y el mar recordó ¡de pronto! los nombres de todos sus ahogados”.
Federico García Lorca
El ocho de agosto del 2000 –pronto hará de ello quince años- hizo buen tiempo en Deba. Lo recuerdo porque había mucha gente en la playa y de eso me acuerdo porque ese día se produjo un atentado a pocos kilómetros de allí que se me quedó grabado para siempre.
Desde comienzos de aquel año el terrorismo etarra se había incrementado y raro era el día en el que no recibíamos algún sobresalto. Esa misma mañana nos desayunamos con la noticia de que cuatro presuntos miembros del comando Vizcaya de ETA habían muerto la noche al explotar en Bilbao el turismo en el que viajaban, cargado de armas y explosivos. Era un puro accidente pero habría líos, con toda seguridad, pensábamos, mientras, acostumbrados ya a esas cosas, íbamos tranquilamente a la playa.
En ese clima general de alerta y fatalidad hacía mis largos recorridos por la orilla cuando me crucé con un amigo que en vez de decirme adiós, como en otras ocasiones, me paró y me espetó: “han asesinado a Korta”. Korta era el presidente de los empresarios guipuzcoanos: un coche bomba acababa de destrozarle a las puertas de su empresa. Tenía 52 años. Había ocurrido muy cerca, en Zumaia y no hacía más de media hora.
Mi amigo, que es también empresario y conocía a Korta, continuó su paseo. ¿Qué podía hacer? Durante toda la mañana no se habló de otra cosa en la playa, pero cada uno seguimos a lo nuestro, con las tripas revueltas, imagino, pero a lo nuestro: tomando el sol, nadando, leyendo el periódico ¿Qué podíamos hacer? Hombre, hacer, hacer, se habrían podido hacer muchas cosas pero nadie daba un paso para hacerlas, nadie se atrevía. El temor, sí, y algo aún peor, el efecto perverso de la banalidad del mal que describió Hannah Arendt…
Nadie movió un dedo, pero lo cierto es que algo si se movió en los estómagos y en las conciencias de muchos vascos. Korta era, además de euskaldun, simpatizante del PNV. Era uno de los “suyos”. Tengo la impresión de que fue a partir de ese momento cuando se comienza a plantear algo que hasta entonces quedaba ignominiosamente en la sombra: el “por qué”. ¿Por qué lo han matado? ¿”Qué ha hecho de malo Korta” para que lo asesinen? Incluso siete años después, con motivo de un homenaje para ensalzar la figura del empresario, el lehendakari Ibarretxe “lamentaba que ETA no hubiera explicado todavía porqué mató a Korta”. Es increíble, intolerable, que esa misma pregunta no se la hubieran hecho antes por los cientos de asesinatos cometidos por ETA, es una aberración moral…
Volvamos a la playa. Todo parecía tranquilo allí en Deba, como si no hubiera pasado nada. Supe que en Zumaia se había organizado un acto de protesta, pero sería mejor no ir, me dijeron. Fue allí donde .un sobrino de Korta llamado Oier llamó cobardes y asesinos a los que habían matado a su tío. Un grito, sólo un grito. Se la jugó. A poco más de un mes la discoteca el Txitxarro, propiedad de su padre, y que él regentaba, saltó por los aires. Él se lo había buscado. Esta vez sí había un porqué: no hay insultos gratuitos ante el terror.
Ahora vivimos la resaca de todo aquello. No éramos héroes, no fuimos héroes. La mayoría no se movió un milímetro de sus hábitos diarios. Había que seguir con nuestras vidas habitando ese irrespirable clima de terror. Pero, como digo, creo que aquel asesinato empezó a cambiar mucho las cosas. El mar seguía aparentemente calmado, como si no hubiera pasado nada, pero algo “invisible”, y muy poderoso, se había producido en el fondo de la conciencia de la mayoría de los vascos. Bastaba una sola pregunta y debía de valer para todos y para todo: ¿Por qué? El mar la traía de vuelta. La resaca traía consigo esa sencilla pregunta.
Pasados quince años, otra forma de resaca llega al propio Ayuntamiento de Zumaia. “Víctima de ETA y alcalde del lugar del crimen”, titula la noticia “El País”. Oier Korta ha sido nombrado alcalde de Zumaia. No llega con aire de revancha, sino de apertura y de diálogo. La resaca, podríamos decir, ha devuelto las aguas a su lugar de origen… Tras mucho dolor, muchas náuseas, mucha angustia y desasosiego… Nos trae el recuerdo de aquella calma tensa que vivimos en la playa de Deva, de los gritos que no pronunciamos cuando debiéramos haberlo hecho, de las preguntas que no se hicieron a tiempo, de la pesadumbre de la resaca… Con gente como Oier, no me cabe duda alguna, empieza un tiempo nuevo, y mejor, para todos en el País Vasco. Algo hemos aprendido.