RSE: Verdades, mentiras y cintas de video

 

 

“El director General de la RSE abandona su puesto y se une a Podemos”

 

Diario Responsable

28 diciembre de 2014

 

 

 

Cuando empecé -hace ya muchísimos años- con estas cosas de lo social en la empresa, ni existía la RSE como tal, ni siquiera se aceptaba que la empresa se metiera en camisas de once varas, es decir, que pusiera “sus sucias manos” en el terreno de lo social. A la empresa le correspondía lo económico –ese era el reparto socialdemócrata en su forma originaria- y en lo económico se tenía que centrar. Tanto han cambiado las cosas que es probable que pueda parecer mentira lo que estoy diciendo. No, no lo es y voy a contar una historia real –los “mayores” somos muy dados a contar historias “reales”- para tratar de que se me entienda.

A comienzos de los setenta del siglo pasado –esto de hablar con tanta naturalidad del siglo pasado me pone los pelos de punta- se rodó en Hidroeléctrica Española (hoy Iberdrola) un documental sobre la labor social de la empresa. Nos parecía que valía la pena difundirla, presumir de su carácter pionero. Se proyectó en la Junta General y dentro de lo que cabe –no era ni es la acción social sino el dividendo lo que preocupa principalmente a los accionistas- tuvo una buena acogida. Me sentía feliz con aquel documental que dirigió mi amigo Luciano Egido y en el que aprendí las maravillas del montaje y se me ocurrió llevarlo a un cineclub en el que colaboraba al lado de gentes como Peridis, Gregorio Peces Barba o José Ramón Sanz, el que proyectó la campaña “por el cambio” del PSOE. Gentes, ya lo veis, más bien de izquierdas. Lo organizaba en el Hogar del Empleado la revista Aún que gozaba de cierto predicamento en el mundo del catolicismo social de aquellos años.

El documental era bueno desde el punto de vista cinematográfico –tenía incluso algunos premios- y también, así quiero creerlo, por el mensaje social que contenía. Sin embargo, la pitada que se produjo al final de la proyección resuena todavía en mis oídos. Aquellos compañeross míos progresistas no podían soportar la exhibición ostentosa del protagonismo social de una empresa.  La crisis del Estado del Bienestar puso de manifiesto el arcaísmo en el que vivían mis amigos de Aún. Hoy día las protestas van en dirección contraria: la empresas, se dice, no cumplen adecuadamente su papel social. Hace unas semanas se podía leer esto en el la portada del Suplemento de Negocios de El País: “España suspende en responsabilidad social”. Era el típico titular periodístico que tira por elevación –España no es solo lo que son sus empresas- pero reflejaba una realidad. La “moda” de la RSE había pasado de largo. La crisis económica y con ella la reforma laboral habían cambiado el escenario. Ya nada sería igual que antes, nos decían. Podría parecer que en unos pocos años todo se había derrumbado, pero no es verdad. Lo que quizás haya desaparecido es precisamente lo que había de “moda”, de aparato publicitario y, en ocasiones, de maquillaje, en torno al papel social de la empresa. En tiempos de vacas gordas la RSE se convirtió en una especie de sello que toda empresa tenía la “obligación” de defender, avalar, exhibir. Además de carne de marketing, la RSE pasó a ser una mina: millones de euros en certificaciones, asesorías, sellos de calidad y cientos de toneladas de informes. Viví esa etapa de esplendor y en cierto modo saqué también partido de ella, cuando desempeñé durante varios años la cátedra de análisis de la RSE en la Universidad Nebrija de Madrid. La crisis y quiero creer que también el sentido común pusieron fin a tanto ropaje, tanto marketing, tanta retórica y tanto trabajo sobrevenido, para dejar a la responsabilidad social de la empresa en toda su prístina pureza. No es ni mucho menos una ocurrencia creada de la noche a la mañana; es el resultado de innumerables aportaciones patronales y sindicales, de cambios políticos, económicos e ideológicos, de luchas sociales y de innovaciones tecnológicas. La responsabilidad social de la empresa no es un invento; el invento es el montaje creado a su alrededor.

Quizás debamos esperar a que la tormenta amaine para saber exactamente qué hay en la RSE de verdad y de mentira, qué hay de campaña publicitaria, qué de verdadero sentido de responsabilidad, de verdadero compromiso con la sociedad… Veremos en qué queda la RSE cuando las aguas vuelvan a su cauce. No quisiera que se me situara en el grupo de los nuevos ateos o agnósticos de la RSE. No, en absoluto, ese no es mi caso. La verdad es que llego al final de esta entrada con más interrogantes que certezas. Como siempre. Ojalá haya más convencimiento, más verdades que mentiras, más realidad que cintas de vídeo…

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AVISO : ¡!YA PUEDO RECIBIR WHATSAPP!!

When the soul lies down in that grass
The world is too full to talk about.
Rumi 

VIÑETA

 Me ha costado mucho entrar en el mundo trepidante de los whataspp –o mejor ya wasaps ¿no?-. Me daba una pereza terrible desprenderme de mi viejo aparatillo modesto y facilón y pasarme sin más a un sofisticado –y complicado- teléfono “inteligente”. ¿Para qué?, pensaba. Tengo un mac luminoso. Tengo acceso a internet, como todo el otro mundo, es verdad. Busco en esa enciclopedia universal que es google todo tipo de cosas, como lo hace la mayoría de la gente. Recibo y envío correos electrónicos constantemente y tengo un blog que actualizo cada diez o quince días con post nuevos, como este que ahora pongo. También estoy en twiter, pero apenas lo utilizo, quizás más adelante. ¿No era todo esto suficiente para sentirme “al día”?

Decía que sí, que me bastaba y me sobraba con lo que tenía, pero, en el fondo, no dejaba de darme cuenta –uno no es tonto- de que sin el dichoso teléfono inteligente me estaba quedando fuera de juego en algunas cosas de no poca importancia. Siempre tenía que decir que no: no, no había visto el video de mi ahijado Antonio esquiando; no, no había leído lo del viaje a no sé dónde, ni me había enterado de que a Itziar se le había caído un diente… Estaba en el limbo de los teléfonos tontos y, aunque decía que no me importaba, lo cierto es que ese aislamiento -no sé si real o imaginado- me fastidiaba cada vez más. Era el único de la familia que no formaba parte del “grupo” y eso de quedarse fuera preocupa siempre un poco, sobre todo a estas edades tan puñeteras. No es que quiera estar en todos los asuntos, subirme a todos los trenes que pasen. No, no es eso. Lo que quiero es no dejar de aprovechar todo aquello que me pueda producir satisfacción y en lo que pueda todavía aportar algo; todo aquello que me mantenga vivo y coleando.

Claro que hay que hacer un esfuerzo para entrar en estos trastos de las nuevas tecnologías, pero al final son una bendición. Me pregunto que hacía la gente de mi edad cuando no podía echar mano de ellos y se quedaba sola  ante el peligro al abandonar sus trabajos en la empresa, en la Administración o donde fuera. Los jubilados de ahora lo tenemos más fácil: sin gastarnos un duro –se habla poco del “estado de bienestar” que proporcionan las nuevas tecnologías- podemos (caramba con el “podemos”, se cuela  en cuanto nos descuidamos) mantenernos en contacto con el mundo. Hay quienes han decidido cortar por lo sano y no meterse en estos líos.. Cada quien que decida hacer lo que mejor le plazca. A mi la verdad no me va mal; imagino que  este nuevo mundo de múltiples pantallas en el que me estoy metiendo me dará también problemas, equívocos, distorsiones., pero de momento, no puedo sino decir que estoy fascinado, con mi nuevo smartphone -así le suelo llamar pomposamente cuando me da por presumir-. Lo compré hace    tan solo unos días; me armé de valor y me fui a una phoneHouse –no quiero ni pensar como quedaría uno si llamara a estos modernos establecimientos “casas de teléfonos”- a ver que había. Tuve que estar un rato  en la cola –solo en estos sitios hay ya colas- y me puse en manos de la vendedora. Me aconsejó bien por lo que parece: mi nuevo teléfono, aparte de “precioso” es también “acuático”. ”Puedes hacer fotos debajo del agua abuelo”, me dijo lleno de admiración mi nieto Roque. Por ahora prefiero no pensar en esas aventuras pero todo se andará. Me conformo por el momento con deslizar suavemente mi dedo por la pantalla para ver que pasa por ahí. Ya recibo bastantes whatsapp y espero aún más después de esta «entrada-aviso».

Pero no os apresureis. Anoche, exactamente anoche, me dejé mi flamante aparato en un taxi al salir  de los Renoir. Os podeis imaginar como me encuentro. Mi gozo en un pozo, en un taxi, más bien. El conductor parecía honrado comento con mi mujer…sí, pero pudo entrar un nuevo cliente y llevárselo. Así estoy de preocupado cuando termino estas líneas. No sé si aparecerá, no lo sé. Aquí me hallo, a la espera de alguna llamada, una señal, que dudo que llegue. Pero aparezca o no seguiré en el empeño.  Esperad dos o otres días y ya me podreís mandar whatsapp y algún donativo si es posible. Porque si finalmente, como ya me temo, tengo que volver a la phone house  no me vendrán mal. Los donativos quiero decir.

PUDIMOS EN EL 78, PODREMOS EN 2015

De aquí no se va nadie…

Antes hay que deshacer este entuerto…

Y hay que resolverlo entre todos,

y hay que resolverlo sin cobardía,

sin huir.

León Felipe

El niño de Vallecas

Publicado en ABC el 13 de enero de 2015

Nosotros, los de la “generación del 56”, muchos ya octogenarios o casi, y los de la generación que nos siguió, ya también talluditos, pudimos lograr algo que parecía imposible: la transición a un sistema democrático. Hicimos lo que pudimos y como pudimos, con los resortes que teníamos, con más voluntad que experiencia y conocimiento.

Quienes no la vivieron -y es evidente que los que ahora la ponen irresponsablemente en tela de juicio solo hablan de oídas- podrían llegar a pensar que la pacífica y civilizada transición de un régimen autoritario a un régimen de libertades que se produce tras la muerte de Franco fue un auténtico milagro. Claro que podrían pensar y decir también lo contrario: que aquello no fue sino un somero retoque de imagen para que los mismos siguieran en el poder.

Ni milagro ni mascarada. La situación política y social sufrió un cambio profundo en el que participamos la mayoría de los españoles. Hubo naturalmente de todo: acuerdos y “componendas”, compromisos firmes de cambio y adaptaciones interesadas. Era el tiempo de la conciliación, el tiempo del pacto social y del consenso político por el bien del futuro democrático del país. Y todos, unos más convencidos y otros menos, arrimamos el hombro.

Nos equivocamos sin duda en algunas cosas, y acertamos en mucho, porque era mucho lo que nos jugábamos entonces. Ahora son otros tiempos y cada tiempo trae sus problemas. Los de nuestros días son, como bien sabemos graves y preocupantes. La corrupción se ha extendido como una gangrena que amenaza a todo el tejido social del país. Nadie pone ya en duda, del Rey abajo, que ha llegado el momento de hacer las revisiones y reconsideraciones que sean necesarias para acabar con la profunda crisis moral que estamos atravesando. Aún nos causa escándalo, nos provoca indignación, la mala noticia de cada día que nos muestra el caldo gordo y espeso en el que estamos, la fragilidad de nuestra democracia, y eso es bueno, lo bueno de lo malo de la situación actual. Lo digamos o no, me parece que la mayoría de los ciudadanos somos conscientes de nuestra propia responsabilidad en lo que está pasando y de que solo entre todos, podremos sanear y adecentar nuestra vida colectiva.

El lector avisado habrá descubierto ya probablemente que me estoy metiendo en el terreno de “Podemos”, el nuevo partido que ha irrumpido de forma aparentemente imparable en el panorama político del país. Ha sabido dar con la clave de la comunicación pública necesaria para activar los resortes de la movilización y el activismo de los ciudadanos aglutinando parte de la indignación y del hartazgo de muchos. Me temo, no sé, que esos éxitos fulgurantes –debidos más a los errores de los partidos políticos “convencionales” que a sus propios méritos- han envalentonado a sus dirigentes más de la cuenta: ¿quién es Pablo Iglesias, me pregunto, para distinguir entre la “buena y la mala casta” como le oí decir en una entrevista con Iñaki Gabilondo? No me gusta, lo siento, ese aire de superioridad y cierta displicencia de sus dirigentes. “Podemos” expresa y canaliza, ya lo dije, parte del hartazgo individual y colectivo que vive el país pero no es, ni puede pretender ser, la única clave ni mucho menos el único cauce para resolverlo. Estamos hartos de corrupción, sí, y no sólo de la política, también estamos hartos, y curados de espanto, de puritanos, puristas, inquisidores y salvadores de la patria.

En este punto es en el que sí creo que deberíamos sacar algún aprendizaje del pasado, algunas de la “lecciones” de la experiencia social y política de nuestra transición. Porque es tiempo de construir y de reconstruir sobre la base de consensos amplios, sobre la base de lo que quiere la mayoría. Y la mayoría de los españoles, creo yo, quiere vivir la vida sin más mentiras y en paz. La mayoría de los españoles quiere vivir en una democracia participativa, con partidos y sindicatos serios y decentes, con una justicia rápida y eficaz. La mayoría de los españoles, creo yo, quiere acabar con la corrupción en la que todos, de una o de otra forma, estamos involucrados. Ahora, con una sociedad mucho más preparada, más exigente, y ya con hábitos democráticos consolidados, estoy convencido de que vamos a poder superar esta crisis: podemos, claro que podemos. Es un asunto de todos y nadie debe dar lecciones a nadie. Eso sí, algunos, deberemos de dar un paso atrás. Porque si queremos resultados distintos no podemos seguir haciendo lo mismo de siempre. Eso lo dijo Einstein.

SOY EL ABUELO DE LOLA

 

 

“El trigo entre toas las flores

ha escojío a la amapola

y yo escojo a mi Dolores;

Dolores Lolita Lola,

Y yo,

Y yo escojo a mi Dolores

que es la

que es la flor mas perfumada

Dolores Lolita Lola…

 

Porompompón…..

 

Manolo Escobar

 

 

foto lola

 

Fue en la presentación de tres empresarios sociales de Ashoka en Caixa Forum antes de ayer por la tarde. Peridis había estado esa misma mañana en un acto en El País en recuerdo de los asesinatos en el semanario Charlie Hebdo y nos contó que tanto él como Forges y El Roto habían salido con la moral por los suelos: las cosas iban mal. Después de oír los proyectos de aquellos jóvenes emprendedores ilusionados en cambiar el mundo llegó a pensar, nos dijo, que se abrían horizontes de esperanza.

Luego habló Ana, “mi Ana” como habría dicho Unamuno, y, señalando levemente su avanzado estado de gestación -tan avanzado que la niña no nació allí de puro milagro- confesó bastante “emocionadilla” que esperaba que esa Lola que llevaba dentro y que pronto vendría al mundo fuera una “change maker”. El inglés se nos ha colado irremediablemente, pero en aquel momento se lo perdoné a mi hija pequeña. Yo también quería que mi nieta Lola viniera a esta tierra tan desolada para cambiarla, que fuera una “change maker” -o lo que los americanos quisieran llamarla- para hacer del planeta un lugar más decente y más acogedor. Pero eso no es fácil; no, no lo es y sin querer ser un aguafiestas yo dije luego algo de eso.

Todos los que allí estábamos escuchamos sin perder una palabra -incluso yo que me había dejado en casa uno de mis audífonos- lo que nos contaron una directora de colegio, una especialista en dislexia y un gestor del hábitat marino. Montserrat del Pozo quería dar la vuelta como a un calcetín al sistema educativo; Luz Rello está luchando porque los disléxicos no se queden fuera de juego en su vida social y Ricardo Sagarminaga trabaja junto a la gente del mar para evitar la degradación total del medio marino.

Fue a Ricardo a quien me dirigí en el coloquio y lo hice en calidad de “abuelo de Lola”, de ese nasciturus que estaba presente en el escenario. ¿Va a poder competir tu empresa social, le pregunté, con las que van “a por todas” arrastradas por el vendaval la globalización y la competitividad? Sabía bien que él no tenía la respuesta y que, en realidad, nadie la tenía. Sabía bien que era una cuestión difícil, pero en aquel ambiente todo parecía posible y no había opción para pensar que no lo fuera. Y ahí quedó la cosa.

No han pasado todavía dos días de aquello y Lola ya forma parte de los habitantes del planeta tierra. Nació esta madrugada y, ahí la veis, está ya tan campante. En estos momentos ya  no soy otra cosa que “el abuelo de Lola”. Un abuelo orgulloso y feliz porque está seguro que su nietecilla, la última de una saga de nueve, va a ser una “change maker”. Así, en inglés, que parece que de esta forma se entiende mejor.

Esta mañana me he tomado una copa de champagne para celebrarlo y me ha sentado como un tiro. Y es que uno ya no está para tanta felicidad. Pero hace un día estupendo Lola, uno de esos días claros y fríos que justifican que se diga lo  de “de Madrid el cielo”. Hace un día precioso y seguro que la Sierra de Guadarrama, a la que tu abuelo te llevará en cuanto pueda, está radiante.

Al Papa no le ha sentado nada bien lo de Charlie Hebdo y leo en “El País” de hoy que ha dicho esto: “si insulta a mi madre, puede esperar un puñetazo”. Leo también algo que puede hacer que a tu padre y a tu otro abuelo les lleven los demonios: “Torres y el Atlético despiden al Madrid de la Copa del Rey”. Sin embargo tu tío Ramón estará feliz con la noticia y es que nunca llueve a gusto de todos, nunca…

Bueno Lola, no sigo con las noticias para no darte el día, tu primer día. Para ti y para tus padres, para tus abuelos, tu familia y los amigos de tu familia, que son muchos, hoy es “tudo beleza”, como dicen los brasileños. Te esperábamos con ilusión y ya estás aquí. Itziar y Belén, tus dos hermanas, no ven ya el momento de empezar a besarte y a hacerte rabiar. Bienvenida Lola!!!!!.

EL DINERO, LA FELICIDAD Y LA VIDA

MAXIMO 

Ha muerto Máximo el gran dibujante, gran escritor y profundo filósofo. Lo conocí en su época del diario Pueblo. Pilar Narvión y Copérnico, compañeros suyos en la redacción del periódico de Emilio Romero, me lo presentaron. Nunca desde entonces dejamos de vernos y de entendernos. En el acto de su incineración dijo Peridis que Máximo era “Máximo” en todo, en lucidez, en inteligencia y en honestidad. Lo era también en el sentido de la amistad. La viñeta que encabeza estas líneas me la entregó un día en el que dimos un largo paseo desde la Puerta de Alcalá hasta su casa de El Viso. En aquellos momentos, después de su traumática salida de “El País”, descubrí a un Máximo totalmente decepcionado. Sé muy bien que no era cuestión de dinero. Ni mucho menos. La felicidad está más asociada a sentirse respetado que al poderoso caballero y él pensaba que no se le había tratado bien. Estaba dolido y entristecido. Durante el camino fuimos hablando de esas cosas: del dinero y de la vida; de la tristeza, de la felicidad y del respeto.

Con el paso del tiempo, los motivos para estar descontento y decepcionado crecen. Con los años y con el conocimiento más ancho y profundo de la vida. Queremos que nos quieran, queremos ser felices, queremos estar satisfechos con lo que tenemos, con lo que somos, con el afecto que recibimos. Pero la realidad –la propia y la de nosotros y la del mundo que nos rodea- se encarga de desmentir nuestros mejores deseos y propósitos. La vida es casi siempre injusta pero también te da ocasiones para desquitarte. Eso no se lo podía decir a Máximo cuando estaba ya invadido por una irresistible melancolía, pero  así lo creo. Con los años, descubres motivos nuevos, más modestos, más sencillos quizás, para ser feliz. Queremos un poquito de comida mejor, un poquito de sueño placentero, un poquito de amistad verdadera. El dinero empieza a quedar en un segundo o tercer plano. Descubrimos que el dinero da la felicidad que da el dinero, como nos dice la viñeta de Máximo. Es decir, poca, escasa. O peor, nos da una felicidad que puede ser ficticia, mentirosa …

He visto con sorpresa  en una encuesta de Gallup muy difundida, que los africanos, más pobres, con menos esperanza de vida, con más sufrimiento en forma de enfermedades, con más violencia en sus sociedades, con más dolor, son los más felices de la tierra y lo europeos son los más desgraciados. ¿Cómo puede ser esto? A veces, podemos pensar que la ignorancia es el mejor alimento para estar bien, para ser felices. Mejor sería no saber, pensamos, para no sufrir tanto. ¿Debemos ignorar para ser felices? No estoy muy seguro de que esto sea así. El conocimiento de la vida, de la ciencia, de la cultura, de la sociedad puede ser y es fuente de dolor, insatisfacción, infelicidad. Pero también puede ser y es de todo lo contrario: de placer, de gozo, de sabiduría.

Savater, Gomá y García Gual acaban de publicar un ensayo sobre Epicuro y la felicidad. El filósofo griego fue el primero en tomarse en serio la felicidad como objeto esencial de la vida. Conviene leer con atención un libro como éste -que presentaron los autores en los jardines de Cecilio Rodríguez convertidos en el Jardín de Epicuro- para hacer un repaso del propio “estado de felicidad”. No es fácil saber dónde ubicar ese estado – incierto, inestable, para la mayoría de los mortales- no es fácil saber  cómo considerarlo: ¿Es una cuestión puramente personal? ¿Es cultural? ¿Es material? ¿Es espiritual?…A lo mejor tiene razón Gomá cuando dice que la felicidad pertenece a una época superada. Habrá que saber porqué se ha convertido en una fuente de infelicidades más que de dichas cuando Epicuro consideraba que el hombre está destinado a ser feliz por su propia naturaleza.

Es quizás por eso por lo que la ONU ha decidido tomar cartas en el asunto y ha declarado el próximo 20 de febrero- “save the day”, como se dice ahora-  el “Día Internacional de la Felicidad”. Parece una broma, pero no lo es. Es tan real como la vida misma. Seguro que Máximo, con su humor cáustico y profundo, haría una viñeta genial de esta solemne y a mi juicio ridícula declaración. Tomaremos ese día la pastilla de la felicidad y al día siguiente nos sentiremos profundamente infelices… Y con resaca.

ELOGIO DE LA INOCENCIA

La navidad es la inocencia y el candor…

lenceria Castaño
LENCERÍA CASTAÑO
Villafranca de los Barros
(Visto en Google)

Pero vamos a ver: ¿por qué no voy a poder contar que estoy disfrutando como un grajo viendo a mis nietos poner el Nacimiento en la casa de Cercedilla? Las figuritas son las mismas desde hace siglos, algunas vienen de la familia de mi mujer, y la estructura se mantiene más o menos idéntica: los caminitos, el rio, el castillo, el portal, la estrella…Con todo, nada es igual. Las emociones y las disputas de cada año no se parecen en nada a las del anterior. Lo de “poner el Nacimiento” es siempre un espectáculo nuevo y estimulante que yo trato de no perderme. Sin embargo, fijaos que tontería, me da como vergüenza reconocerlo y aún más contarlo. ¿Por qué será? .

Tengo la impresión de que algo pasa con la Navidad, algo que nos cohíbe, que nos impide decir aquello que verdaderamente nos gusta, aquello que nos hace disfrutar. No nos atrevemos a hablar de las pequeñas cosas que nos dejan un regusto a felicidad por no parecer demasiado sensibles o blandos. Se podría llegar a pensar que solo los grandes almacenes, las tiendas y las marcas comerciales estuvieran autorizadas a hablar sin rubor de las fiestas navideñas. Podría parecer -y quizás me estoy yendo demasiado lejos- que se hubieran apoderado de ellas para hacer un buen negocio.

Vamos a ver: yo mismo, por no irme ahora más lejos, me enteré de la llegada del “espíritu de la Navidad” gracias a Firefox al abrir una mañana mi ordenador. Lo que tenía que hacer, me aconsejaban, era comprarme un smartphone. Ese era para los de Firefox “el espíritu de la Navidad”. Pero, mira por donde, a mi me divierte más lo del “Nacimiento” y lo de otras cosas que contaré enseguida. Sigo con lo mismo: a nadie le extraña oír que El Corte Inglés “ama la Navidad” -pero ¿cómo no la va a amar?, me pregunto yo- y, sin embargo, si yo me atrevo a decir que me lo paso bien en estas fiestas, habrá quién piense que ya estoy chocheando, que se me están ablandando las meninges.

La Navidad es una fiesta peligrosamente dulce, peligrosamente infantil. Pero podemos medir y cuidar las dosis, cada cual puede inventarse una Navidad a su medida, con ingredientes propios. En nuestra familia, por ejemplo, hemos sentido que puede ser un buen momento para unir, para pegar, para amasar relaciones y construir historias compartidas. No es tarea fácil, lo sabemos, pero creo que algo hemos conseguido. Lo pasamos bien y no nos importa reconocerlo. Nos ha ayudado mucho, creo yo, estar esos días en el campo y tener un burro a nuestra disposición.

Durante años era un burro propio que había comprado mi hijo Ramón no sé bien para qué. Como no hacía nada en todo el año, tirar de un carrito con los regalos después de la cena navideña, le costaba una barbaridad. Se murió de viejo y a partir de entonces tenemos que alquilar uno. Lo del burro, que no es, creedme, nada caro, da una especial emoción a esa noche. Nunca se sabe cómo pueden reaccionar estos animalitos y la cosa tiene su riesgo. Por si las moscas yo ya no soy el que lleva las riendas: mi nieto Roque es ahora San José. Roque ha tomado el testigo para mi tranquilidad y sosiego. Luego, esos mismos nietos que han puesto el nacimiento representan una obrita de teatro y, para que nada falte, hasta cantamos villancicos. La obra de este año se titula “Las narices del mago Pirulo” y es de Elena Fortún. Faltan dos días para la representación y nadie domina todavía su papel. Es lo de menos. Saldrá bien: siempre salen bien estas cosas. Nosotros disfrutamos con ellas y me alegro de haberme atrevido a contarlas. Como me comentó Rafael Reig, el gran novelista al que visito con frecuencia en la librería Fuenfría, solo los que todo lo miran por encima del hombro desconfían de la Navidad. Así que tranquilo Antonio, me dijo. Y me quedé tan contento.

Ya imagináis: lo importante no es el burro, ni san José, ni el mago Pirulo. Lo importante está en el viaje. Lo importante está en el tejido que nos fabricamos. Lo importante está en el hogar en el que nos refugiamos. Lo importante está en la verdad que hay detrás de todas estas cosas que nos inventamos para seguir queriéndonos.

TIO VANIA SOMOS TODOS

«Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya”. 

Eugene Ionesco

 

He vuelto al teatro. Quiero decir que he vuelto a hacer teatro, a representar, a dirigir de forma amateur, con la pasión y la devoción de un joven. Esta noticia puede causar sorpresa a los que solo conocen mi biografía “oficial” pero no a mis amigos, parientes y vecinos. Hemos hecho teatro en casa desde que mis hijos eran muy pequeños y luego, ya mayorcitos, con primos y amigos en el Montalvo de Cercedilla, un teatrito maravilloso que, como tantas otras “cosas maravillosas”, está hoy en horas bajas.

Esa parte dedicada a lo “inútil”, a lo supuestamente “inútil” pero “indispensable” si creemos a Ionesco, me ha dado alguna de las mayores satisfacciones de mi vida. Aún así, durante unos cuantos años –los jóvenes son imparables- he estado en el “paro teatral”, no he representado, no me han dejado, no me han dado papeles y en uno que me dieron ni siquiera hablaba. Lo llevaba mal, muy mal, me faltaba algo.

Y ahí estaba yo como los personajes de Beckett esperando a Godot y con el temor de que nunca llegara. Pero no hay mal que cien años dure y justo ahora la fortuna me ha sonreído de nuevo. Me parece mentira pero es así: ya puedo volver a presumir de tener “compañía propia” ¡¡Y qué Compañía!! El “casting” fue, por así decirlo, al revés. Más que elegir yo, eran mis candidatos los que me tenían que aceptar a mi. Convoqué a un grupo de amigos “teatreros” y traté de encandilarlos con Chéjov y “El Tío Vania”. Me imaginaba que habían oído eso que dijo Peter Brook de que un actor no puede considerarse tal hasta no haber pasado por los clásicos griegos, por Shakespeare y por Chéjov y pensé que no escurrirían el bulto. Todos, sin excepción, picaron en el anzuelo. Era un anzuelo muy poderoso, un auténtico valor seguro del teatro de todos los tiempos.

Podría decir que Tio Vania soy yo, como Flaubert dijo que él era Madame Bovary, pero prefiero decir que Tío Vania somos todos. Es más cierto y menos personal. En sus personajes se pueden encontrar las desazones y las inquietudes que a todos  nos llegan en algún momento de nuestra vida. A mi me pasa con esta obra, y ahora si que personalizo, lo que con ninguna otra. Siempre que la veo o la leo –y ya han sido unas cuantas veces- siento una empatía especial con todos los que la dan vida. No dejo de tener el convencimiento de que soy yo y no ellos -o yo con ellos, al tiempo- el que vivo sus vidas y paso por sus avatares. Soy yo el que se mata a trabajar como Vestrov y hago como él un canto a los bosques y a la naturaleza, soy yo el que me vuelvo perezoso y me paso el día gruñendo como el tío Vania. O me veo condenado a vivir en un panteón y a aguantar a gentes estúpidas y fastidiosas como le ocurría al viejo profesor jubilado.

Pero lo que realmente me deja siempre tocado es el final del último acto, cuando se van marchando todos y se quedan de nuevo solos, en medio de la nada, el pobre tío Vania y Sonia, su desgraciada sobrina “¿Y ahora qué hacemos?” se preguntan mientras se oye el ruido de los carruajes que se alejan: “trabajar, trabajar…” se responden. “La vida sigue” dice Sonia, “saldremos adelante tío Vania… Nos quedan muchos días y muchas tardes y vamos a tener que llevar las cosas con paciencia. Seguiremos trabajando para los demás, como siempre, y cuando nos llegue la hora, moriremos resignados. Y entonces, mi querido tío, veremos una vida luminosa. Entonces nos sentiremos contentos, miraremos nuestras desdichas de hoy con una sonrisa emocionada y descansaremos. ¡Descansaremos!”

Os recomiendo pinchéis aquí para ver el video de la conferencia que pronunció Josep María Pou en la Fundación Príncipe de Girona en la que habla con emoción de este final de Tío Vania.

Hace unos días tuvimos el primer ensayo y aún con los titubeos de la primera lectura, tenía yo la sensación de reencontrarme de golpe con toda la fuerza y la autenticidad del teatro de Chéjov. Tío Vania era yo, eran ellos, éramos todos. Volví a sentir que no hay nada como el teatro para dar y crear vida de la nada. Ahora tenemos un propósito, un objetivo, un texto, una representación por delante. Tendremos que trabajar. Tendremos que ser otros siendo nosotros. Llegará el día del estreno en el Matadero. Y estaréis todos invitados. No dejéis de leer antes la obra. No dejéis de ir al teatro. Os esperamos. Os necesitamos.

DOS EUROS PARA WIKIPEDIA

«Cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la biblioteca es total) hay varios centenares de facsímiles imperfectos».

J. L. Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan

 

Soy uno de esos cuatrocientos millones de personas que visitan al mes Wikipedia. Me estimula y me da “vidilla” formar parte de una tribu tan numerosa, tan leída y tan bien avenida. Cada uno va a lo suyo, y lo suyo, lo de cada uno, no va en detrimento de lo de los demás. Alguno ya habrá adivinado -sin duda lo habrá hecho el profesor Linares que sabe mucho de esto- que considero a Wikipedia como un “bien común” de los tiempos modernos, un “bien común mundial” que pone a disposición de la mayoría de la población un inmenso caudal de información.

Por mi mala memoria y mis lagunas culturales debo de estar por encima de la media en el uso de Wikipedia. Sin pagar nada, sin preguntar ni molestar a nadie, aprieto una tecla y ya está. Ahora que andamos de mudanza he aprovechado para prescindir de un buen número de libros de referencia y, aunque no me ha sido fácil, he logrado finalmente endosar mis pesadas y ya inutiles enciclopedias. Hay ya pocos que las quieran y las usen de verdad. Wikipedia ha revolucionado el campo de la información y, si creemos a Jimmy Wales su fundador, esta enciclopedia universal sería algo así como la sucesora de 30 volúmenes de la Enciclopedia Británica.

Y todo gratis. Me pregunto a menudo que como puede ser esto y la respuesta que recibo es siempre la misma: la publicidad, la maldita publicidad es la que lo financia todo. Financia la estación de metro de Sol con las lagrimitas de una marca comercial, financia, como descubrí con sorpresa el otro día, la gestión del cementerio de Aranjuez; financia Internet y, como explico en un artículo reciente de ABC hasta la naturaleza está amenazada por la invasión comercial. ¿Es esto razonable? ¿No será posible hacer algo para detener esta plaga?

Hace tan solo unos días comprobé que sí, que se podía hacer algo además de enfadarse y protestar. Pagar aunque fuera poco. Andaba buscando no sé qué historia, cuando me apareció de improviso un cartelito en el que se decía, más o menos, que si quería colaborar a que Wikipedia siguiera prestando su servicio sin publicidad enviara dos euros a una determinada dirección. O sea, ¡¡que no había publicidad y que con dos euros de nada podía evitar que la hubiera!!. “A bodas me convidas” pensé, recordando lo que solía decir Adrián Piera cuando le proponían algo estimulante. Mi nieta Lucía, que andaba por allí, me hizo en un segundo la operación y me quedé más feliz que un ocho al enviar mis dos euros.

Pero ahí no paró la cosa. Como últimamente me estoy convirtiendo en un activista –a la vejez viruelas- andaba pensando en animar a mis amigos a que siguieran mis pasos cuando de pronto me asaltó una duda. ¿Y si la cosa tuviera algún truco? ¿No será el tal Jimmy Wales uno de esos gurús de Internet propietarios de islas en el Pacífico y de grandes fortunas? Pues no, en apariencia, ni Wales se ha hecho rico ni, según él mismo ha declarado, “tiene aficiones de rico”. Es cierto que podría vender Wikipedia por unos cinco mil millones de dólares. Pero no lo hace. La verdad es que no termino de entenderlo… Quizás porque ni Wales ni su invento, Wikipedia, se mueven por la lógica del mercado que me hace sospechar. Lo mismo resulta que en el mundo de Internet quien más comparte es quien más gana. Wikipedia está dando un buen servicio. Es gratuito. Y no tiene publicidad. ¡¡Que más se puede pedir!! Que sea o no sea rico Wales tampoco debería de importarnos tanto. Así que a pinchar. Aquí es donde debéis de hacerlo si os decidís a mandar los dos eurillos para que Wikipedia siga sin publicidad.

Cada uno se rasca el bolsillo con lo que más le place. Cada uno actúa según su criterio, su olfato. Quien me temo no pondrá ni un “peso”, o sí, quien sabe, es Claudia Piñeiro, la escritora argentina que acaba de publicar en El País un curioso artículo titulado “No me morí mañana”. Un anónimo había mandado la falsa noticia de su muerte futura y Wikipedia la había aceptado sin más ni más. El anonimato, su gran virtud, su principal activo, es, también, el gran talón de Aquiles del sistema virtual. Nadie puede evitar que la información y el conocimiento se vean contaminados por mentiras y falsedades, por bromas de mal gusto y malas intenciones. Aun así, sigo pensando que mis dos euros están bien empleados. Y me permito animaros a hacer hacer lo propio.

Volver a leer, volver a vivir

Nunca he buscado lectores; busco relectores”

 Juan Goytisolo

 

Hoy voy a contar una historia real. Algo que me ha pasado, que me está pasando, que me va a pasar. Tiene que ver con el acto de leer, con las fundaciones, con la amistad. Tiene que ver con Montaigne y con Epicuro…

Es algo que nos acaba pasando a todos en algún momento de nuestras vidas, en algún momento del día, de algunos días. Regresamos a los lugares donde más felices fuimos, volvemos a los sitios donde nos encontramos verdaderamente a nuestras anchas. El sitio de nuestro recreo. A mi me gusta mucho leer, porque me hace pensar, porque me trae recuerdos, porque me ayuda a imaginar; el mundo de las fundaciones ha formado parte durante muchos años de mi propio mundo y lo de Montaigne y Epicuro tiene su explicación. Decían ambos, a su manera cada uno de ellos, que no es lo que tenemos sino lo que gozamos lo que nos da la verdadera abundancia, la verdadera felicidad….

Hace unos días estuve en una Fundación, en la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, con Antonio Basanta, su director general. Es amigo antiguo y disfruté mucho de la conversación que mantuvimos. Con Basanta no puedes sino apasionarte, no puedes sino revitalizarte, no puedes sino rejuvenecer con él. Hablamos de don Germán: Basanta se refirió a él con verdadera devoción, con genuino reconocimiento, con inteligencia. Germán Sánchez Ruipérez fue un hombre sin apenas cultura, que se hizo a sí mismo con tesón, con esfuerzo. Ni sabía ni quería encubrir sus sentimientos y era tremendamente directo y espontáneo. Le conté que siendo Germán presidente del Consejo Social de la Universidad de Salamanca y con motivo de un acto en el que presentábamos un programa europeo en el viejo paraninfo, le encontré “expuesto” en una especie de dosel lleno de pompa y solemnidad: ¿hay que ver cómo te tratan ” le dije, “sí, es cierto”, me respondió mirando de reojo al rector que estaba a su lado “pero no me dejan ver las cuentas”. Así era Germán y así, siendo así y sin tratar de dejar de ser así, supo crear algo de la nada, una editorial puntera que se ha mantenido, una Fundación que le ha sobrevivido y que ahora es un ejemplo real, tangible, de lo que debe ser una Fundación independiente y abierta a la colaboración con las instituciones públicas. Una Fundación que, haciendo realidad el sueño de su fundador, se dedica a promover el libro y la lectura y ha construido la Casa del Lector en el Matadero de Madrid. Un modelo a seguir. Otros, con más recursos y prosopopeya, se hicieron notar más y al final apenas han dejado nada… Eso me dice Basanta, eso creo yo también. Sánchez Ruipérez ha dejado vivo, muy vivo, un centro cultural de primer orden, seguramente porque se dejó llevar por su verdadera pasión: el conocimiento, el libro, la lectura. Seguramente porque no le importaba tanto tener como gozar. Seguramente porque, sin saberlo, se dejó guiar por Epicuro.

Pues tenéis que saber que allí, en la Casa del Lector, en la Fundación, Basanta me propuso algo y me regaló un libro. Me ofreció llevar adelante el proyecto “Relectores”, del que ahora os daré un breve apunte. Y me regaló el libro de Daniel Klein “Mis viajes con Epicuro”. No da puntada sin hilo Basanta, sabe dónde tocar y cómo hacerlo. De este modo me dio entrada a una casa y a un proyecto donde encuentro todas esas cosas que siempre me han gustado de verdad, todo eso que me hace disfrutar, todo eso que creo que puede hacerme feliz. Se trata de hablar con gente que conozco, de los libros que han leído y de lo que esa lectura ha influido en sus vidas. Un amigo, una conversación, un libro, son, pienso yo, tres motivos felices para poder navegar en la abundancia, la verdadera abundancia.

Hoy os he contado una historia real, que me ha pasado, que me está pasando. Tengo un proyecto en el que ya estoy trabajando y del que me leeréis o me escucharéis hablar. Me lo ha propuesto la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Ya se lo estoy agradeciendo… Ya estoy empezando a darle vueltas al asunto. Ya estoy gozando de ello y aún no he hecho apenas nada, solo una relación de nombres, un propósito en mi cabeza. Ya lo estoy disfrutando con solo pensarlo, con solo imaginarlo…

LO BUENO DE LO MALO

«Todas estas borrascas que nos suceden, dijo Don Quijote,  son señales de que pronto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas….»

Cervantes

Me llegó la noticia de la llamada “Operación Púnica” cuando estaba escribiendo esta entrada sobre las “tarjetas negras”. Era más de lo mismo, pensé, pero aún peor. No me lo podía creer. Los abusos de los consejeros y directivos de Bankia, siendo ya muy graves, no eran nada en comparación con esta trama delictiva. Lo malo de lo malo que nos está pasando es que ya empezamos a temernos lo peor con cada día que comienza: qué será hoy, nos decimos. Empieza a no sorprendernos nada , es cierto, pero, menos mal, aún nos causa escándalo, nos provoca indignación, la mala noticia de cada día que nos muestra el caldo gordo y espeso en el que estamos, la fragilidad de nuestra democracia. Aún conservamos la capacidad de escandalizarnos, y eso es bueno, lo bueno de lo malo. No hemos llegado a asumir esa banalidad del mal que denunció Hannah Arendt y que puede corromper del todo el tejido social. Lo ha dicho muy bien Javier Gomá: “Una sociedad que se escandaliza tiene todavía vivo el ideal de la ejemplaridad”. Comprobamos también cada día que pasa que la ciudadanía de a pie no está anestesiada, se mueve, se agita, aunque está demostrando una paciencia ejemplar.

Soy testigo de esa paciencia cuando, al salir del gimnasio del Casino de la calle de Alcalá, me encuentro con las protestas de los engañados por las “preferentes” de Caja Madrid. El grupito, pequeño, está compuesto por gente mayor, jubilados me imagino, y las caras de algunos de ellos se me han hecho ya familiares. No levantan el puño ni amenazan a nadie. Se limitan a tocar sus silbatos y a mostrar unas pancartas en las que estos últimos días ha aparecido algo nuevo: ”Nosotros no tenemos tarjetas”. Me da vergüenza, me produce sonrojo al verlos allí semana tras semana expresando su malestar, sus quejas, su tristeza. Paciente, tranquilamente, casi ya como un ritual.

Cuidado, amigos, porque podemos estar jugando con fuego. Hay gente que lo está pasando mal, muy mal, las desigualdades según algunos expertos aumentan –así Piketty– las listas del paro siguen siendo pavorosas, ya no hay sitio en los comedores de Cáritas… ¡¡y encima esto!!. Es una desvergüenza. Estamos transitando de la cultura de la confianza, la que habíamos construido entre todos, ese necesario consenso cotidiano que necesitamos para movernos con cierta fluidez y ligereza por la vida, a la cultura de la sospecha. Hemos dado algunos pasos atrás,  no cabe duda.

Pero no podemos caer en la desesperanza; afortunadamente, en casi todo en esta vida hay un lado bueno de lo malo. El escarnio público es ya, en sí mismo, muy grave. Nos damos cuenta de que, más pronto o más tarde, todo se acaba sabiendo. El lado bueno de lo malo es ese que nos enseña que el escándalo que nos provoca todo lo que hoy leemos en los periódicos o escuchamos en los telediarios está también muy cerca de nosotros. No es sólo una cuestión de los políticos, de los empresarios, de los sindicatos… Todo esto es también un reflejo de lo que somos como ciudadanos. Estos trapos sucios que ahora contemplamos nos indignan, nos enfurecen, nos escandalizan. Ya nada, a partir de ahora, será igual. No dejaremos que lo sea.

Y entre lo bueno de lo malo, lo mejor, creo yo, es que son los jóvenes los que contemplan esa situación de forma más crítica, los que más la rechazan. Muchos de ellos no comprenden ni aceptan el consumismo excesivo y la ambición desmedida por acumular dinero que está en el origen de todos los males que estamos viviendo. Hay que confiar en ellos porque en nosotros ya no podemos confiar. Pero lo del dinero da miedo; no es de ahora, es de siempre. Os invito a oír cantar a Paco Ibáñez los versos que escribió el Arcipreste de Hita hace más de setecientos años. Y a ver que pensáis…